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martes, 15 de abril de 2014

UN TIEMPO PARA MEDITAR, SUFRIR Y LUCHAR


                         CAPÍTULO XVII
                ANTES DE LO ESPERADO.

            El cuarto día de estancia en el hospital y tras la visita del especialista, nos comunican que posiblemente el domingo o el lunes nos darían el alta. Sinceramente, ante aquellas palabas me sentí bastante vulnerable. No me veía con fuerzas para  en un par de días abandonar las instalaciones, y valerme por mí mismo. Me sentía débil, dolorido y aún tenía los tubos de drenaje. No dije nada, para qué, dejaría que llegara el momento y ver la evolución.

Lo que estaba aprendiendo en aquellos días, o debería decir, en aquellos meses, era que no debía precipitarme, no debía pensar más allá del presente que estaba viviendo. Muchos eran los amigos que me estaban dando ese consejo y que a mí me estaba costando asimilar. Siempre he pensado en pasado, presente y futuro como si todo estuviera unido en uno mismo, y es cierto, como algunas veces dicen algunos de mis personajes de ficción: "Cada instante tiene su momento". Por lo tanto, dejaría que pasaran las horas y comprobar como mi cuerpo evolucionaba, aunque en aquellos instantes me sintiera tan perdido.

Sería ese mismo día, cuando me quitaron el primer tubo de drenaje y cortaran el segundo de la maleta, aún sin quitármelo del costado, cuando percibí un estado de evolución positivo. Sí, el poder levantarme con libertad de la cama, caminar por los pasillos, sentarme sin la contrariedad de los dichosos tubos… Todo confirió a mi mente un estado de bienestar y con libertad de moverme, aunque me marease por no poder comer lo que deseaba, pues mi estómago, como ayer os conté, me estaba jugando una mala pasada. El domingo me quitaron el último tuvo de drenaje y una nueva puerta de fortaleza se alzó. Sí, estaba preparado para salir el lunes si así lo requerían.  Ese mismo domingo me bajaron a rayos para hacerme unas placas de tórax y el lunes, pasadas las 10 de la mañana, mi especialista me comunica que tengo el alta, que me puedo ir después de comer. ¿Comer? Soñaba con esa palabra. Deseaba volver a comer como lo hacía siempre. Le comuniqué a mi especialista el problema estomacal que tenía y me dijo que si en unos días no se me pasaba, me realizarían alguna prueba, que tal vez, en algún instante, se hubiera provocado una hernia de hiato. Lo que me faltaba. Tras la noticia, llamé a mi amiga Rosa y le dije que en cualquier momento podía irme, y así fue, en cuanto ella salió de su trabajo, allí estaba yo, con la maleta, con las cosillas que me habían regalado y con el deseo de abandonar la habitación, y es que en realidad, como en casa, no se está en ningún lado, aunque se esté solo prácticamente todo el día.

Atrás quedaban todos los recuerdos, los del primer día, impaciente para que la operación se realizara y salir de ella. Los instantes vividos en la UCI donde una paz especial me hizo sentir relajado y protegido.  Los momentos duros de dolores que no los podía controlar y tampoco quería abusar de calmantes. Las distintas situaciones experimentadas con las visitas, aunque en alguna de las ocasiones no pude atender por estar decaído. El recuerdo de la familia de Marcelo. Caminando por aquel pasillo, una sonrisa se reflejó en mi rostro y di las gracias a todas y cada una de las personas que me habían estado atendiendo en aquellos días. Habían sido días duros, algunos instantes muy duros, pero ya habían pasado, ahora quedaba recuperarme poco a poco y con mucha paciencia, como todo el mundo me sugería.

Sí, un par de días antes no me creía en posición de salir del hospital, y ahora, ahora estaba deseando ver la luz, sentir el viento en mi rostro y acomodarme de nuevo en mi hogar.