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miércoles, 17 de diciembre de 2014

MI HISTORIA COMO ESCRITOR: CAPITULO II (ABRIENDO MI MENTE A LA IMAGINACIÓN)


En el primer capítulo os hablé de mi madre y en este capítulo estoy obligado a seguir haciéndolo, porque como os dije, ella fue la maquinaría perfecta que me preparó para absorber la cultura por el placer de hacerlo.

En algunas entrevistas, ante la pregunta cómo nació mi afición por la escritura, siempre lo he dicho y lo seguiré repitiendo, fue mi madre quien  abrió los canales de mi imaginación con su forma de jugar conmigo, sencilla, natural y divertida. La gran paciencia la caracterizaba y en aquellos años, las prisas, como hoy se conocen, no existían. ¿Estrés? Demasiado moderna esta palabra para la forma de vivir en aquellos años 60.

Como todos los niños tenía mis juguetes, pero la mayoría del tiempo lo pasábamos sentados, mi madre y yo, frente a frente, sobre una alfombra cerca de la cocina de carbón y leña, donde ambos con un objeto cualquiera nos sumergíamos en toda una historia por vivir esa tarde.

Recuerdo que uno de mis juguetes favoritos era  un tractor grande de metal, con todos los componentes. Recuerdo que se abría los laterales donde iba el motor y se podía despiezar y que sobre el asiento se encontraba un muñeco de goma a escala y con todos los detalles, incluido su buzo de trabajo. Solía ser ella quien tomando aquel muñeco y tras jugar un rato con él entre sus manos, moldeándolo y deformándolo para hacerme reír, empezaba a relatar una nueva historia, como si fuera algún instante de la vida de aquel ser inanimado. El muñeco pasaba a mis manos y era yo quien debía continuar con la aventura. Así nos pasábamos largos tiempos en aquellas tardes, sobre todo largas tardes de invierno, ofreciéndonos el muñeco el uno al otro para escuchar lo que la otra persona deseaba expresar. Luego llegaba el momento en que mi madre tenía que regresar a los fogones y al resto de los quehaceres domésticos y yo, muchas veces con aquella historia ya comenzada en mi mente, seguía con ella hasta la hora de la cena. Así fueron los inicios, y donde sigo creyendo que esa forma de jugar muchos padres con sus hijos, debería continuar en vigor. Es una pena, que nuestra mente de infante, abierta a todo tipo de experiencias, no se explote más a esas edades. Demasiadas vídeo consolas, demasiado ordenador, demasiados juguetes que lo hacen todo y en la gran mayoría, demasiada individualidad del niño. El niño necesita abrir su mente y compartirla con los demás. Escuchar y ser escuchado y que de esta manera el lenguaje fluya con tal libertad como lo hace el oxígeno en nuestro organismo.

Todo esto se remonta a mi más tierna infancia, creo que estaría entre los 4 y 5 años como mucho y entonces en mi casa no había todavía televisión, pienso que llegó cuando tuve los 7 años.  Bueno, ni en mi casa, ni en la gran mayoría del pequeño pueblo, por lo que la radio, como dije en el primer capítulo, era la gran compañera y luego la lectura. Libros juveniles como los del Club de los 7 secretos, o los grandes clásicos de Julio Verne, y sin olvidarnos de los comics: El capitán trueno, el Jabato, Roberto Alcázar y Pedrín, el famosísimo TBO y tantos otros.

La habitación la compartía con mi hermano, un año menor que yo, y como nos llevaban  pronto a la cama a dormir, él me pedía que le contara un cuento, pero no se conformaba con los que se amontonaban entre las estanterías, él quería uno nuevo cada noche y no se le podía engañar. Ese hecho me obligaba a crear una nueva historia en mi mente y de aquella manera, con aquellas palabras que poco a poco se hacían pesadas en mi mente y ya apenas podía pronunciar y menos ser escuchadas en la habitación, nos quedábamos dormidos los dos.

Próximo capítulo Mi primer cuento y mi primera frustración.