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lunes, 28 de diciembre de 2015

EL ÁRBOL DE CRISTAL: CUENTO NAVIDEÑO 2015



      Camino entre la gente, escucho la música de los villancicos sonar en el ambiente. Las luces decoran árboles situados en plazas y cubren espacios de parte a parte de las carreteras, por donde circulan los cientos de vehículos; hace frío y comienza a nevar sobre la ciudad. Miro hacia arriba, algunos copos se posan sobre la piel de mi rostro y me despiertan una pequeña sonrisa, al sentir su cosquilleo. Sigo caminando y mis pasos me alejan de la ciudad, del bullicio, de las luces de neón de comercios, de las canciones, de la multitud de personas que abarrotan las aceras; todas ajenas a mí, todas sumergidas en sus mundos,  que nada tiene que ver con el mío.

Camino por aquel sendero apenas iluminado con algunas farolas adosadas a las pocas casas que me voy encontrando, no me importa que haya poca luz, no me importa que no haya nadie cruzándose en mi camino, conozco mi destino. Un escalofrío me provoca encogerme y ato  hasta arriba mi zamarra para intentar mantener el  poco calor, que guarda mi cuerpo.

Algo me inquieta a mi derecha y al mirar contemplo una extraña luz en medio de la nada. Mis ojos se van acostumbrando  y esbozo una sonrisa de sorpresa mientras admiro aquel extraño árbol. Su tronco no es de madera, sus ramas se entrecruzan  unas con otras, y sus hojas no son verdes, no son marrones, no tienen color. Mientras me acerco descubro la naturaleza de su materia, de aquella de lo que está compuesto. Es cristal, fino cristal transparente y quebradizo como la nieve. Mis ojos se desvían al suelo, parece estar plantado, parece como si estuviera vivo en su naturaleza muerta. No me atrevo a tocarlo y como si él lo intuyera, una de sus hojas se desprende e intuitivamente abro la mano para que caiga sobre ella. Su tacto resultaba suave, cálido y la observo intrigado mientras mi rostro se refleja en ella. Cada uno de mis gestos es atrapado por aquella hoja y al levantar la cabeza frente a mí, me encuentro una gran escalera del mismo material. Miro a uno y otro lado. No hay nadie, no  hay nada, la poca luz que llega hasta a mí, es casi inapreciable. En aquel espacio que cubre el árbol y la escalera de la que no veo su final, irradia una extraña iluminación en una blancura turbadora.

Poso el primer pie sobre el primer escalón, su pétrea masa aguanta mi peso y cuando intento subir otro, me detiene la presencia de una proyección a mi izquierda, donde van surgiendo aquellos hombres y mujeres que me enseñaron cuanto sabían y de los cuales aprendí las diferentes disciplinas que en el futuro necesitaría, para abrirme camino en la vida. Siento nostalgia de aquellos pupitres, de aquel olor a tiza, de aquellos libros que a medida que yo crecía ellos lo hacían conmigo, y doy las gracias a todos ellos, aunque por supuesto no me escuchan, están en ese plano de mi mente, sentados sobre sus sillas o escribiendo en las pizarras. La visión desaparece y un nuevo paso me lleva al nuevo escalón, ahora las imágenes surgen a mi derecha y esbozo una sonrisa al comprobar que no lo he aprendido todo, que aún sigo haciéndolo aunque no esté en un colegio, un instituto o una universidad, aprendo con la vida que me ofrece en cada despertar. Asiento con la cabeza y la imagen deja su espacio a la oscuridad. Aquella escalera, a cada paso que doy, me ofrece nuevas visiones del pasado.

 No. Sé que no estoy muerto, lo que me reconforta. El frío es intenso, el árbol de cristal queda abajo, viéndose más pequeño a cada pisada que doy, a cada situación que percibo. Otro nuevo paso y una nueva figuración a mi izquierda. Por ella desfilan las personas por las que he sentido cierta predilección en mi vida, a los que he llamado amigos y que por circunstancias del destino ya no están cerca de mí, algunos incluso no pisan ya este planeta. Junto a ellos recorro aquellos tiempos y cuando mi mano intenta tocar a algunos de ellos, la visión se desvanece; me resigno y subo otro escalón, ahora las imágenes se presentan a mi derecha, son las nuevas amistades, las nuevas personas que entran cada día en mi vida de una forma u otra y asiento, dándoles  las gracias, pero como es de esperar, no me responden, están viviendo sus vidas y yo sumergido en esta extraña experiencia sin saber cómo y porqué.  ¿Preguntas? Para qué. La vida me ha enseñado que todo tiene una explicación y si no la tiene, ¿para qué preocuparse? ¿Para qué preguntarse nada? ¿Para qué intentar comprender lo que estaba reviendo en aquellas imágenes a mi diestra y siniestra? ¿Era el Yin Yang de mi vida que deseaba mostrarme algo concreto?  Había dicho que no me haría preguntas, pero una vez hechas, no buscaré sus respuestas, no de momento.

Pompas de cristal fino flotan a mi izquierda en cuyo interior, alberga cada una de ellas, a un familiar, a quienes un día entregaron su cuerpo a la tierra de la que todos venimos, mientras a la derecha, se disponen los que aún viven, con quienes mantengo contacto y con aquellos que he decidido no volver a hacerlo.

 No. No siempre hay que decir sí a la familia, eso también lo he aprendido con los años, pero  aun así, les doy  las gracias a quienes siguen flotando en las diferentes burbujas. Las unas y las otras se juntan entre sí, emparentándose y confirmando que para bien o para mal, todos forman parte de mí ser, de mi sangre.

 Empiezo a sentirme agotado, me duelen las piernas, más por el frío que las atenaza a cada paso, que por el esfuerzo realizado; pero decido continuar y subir un nuevo peldaño. No me muestra nada ni a un lado ni al otro sino al frente, donde un gran muro se alza, un muro de ladrillo visto. Una desazón recorre mi ser al intuir qué  guarda con tanto celo.

En el muro comienzan a surgir los trazos de palabras en un rojo carmín, como si un graffers invisible estuviera junto a mí.

“Llegamos a la vida llorando, para luego reír. Crecemos aprendiendo, para no olvidar. Enfermamos y sanamos. Amamos y odiamos. Vivimos y soñamos… Todo rodeado de luz y oscuridad, del Sí o del NO. En ti está la elección”  

En mi cerebro brota una palabra: Gracias y el texto desaparece, para surgir una última frase:

“Camina siempre hacia adelante sin temor, no des nunca un paso atrás, pero jamás olvides a los tuyos, a quienes forman parte de ti y a todo lo aprendido”
Cierro los ojos, respiro y al abrirlos ya no está la escalera, únicamente el árbol de cristal al frente y la hoja que reposa en mi mano, la cual se ilumina en ese preciso instante, surgiendo una voz cálida y femenina:

            “Actúa como crees debes hacerlo y deja que la  intuición te empuje, cuando temas seguir adelante. A todos en mayor o menor medida les pasa, por lo tanto no te encierres en ti, no te abatas y ofrece a los demás esa sonrisa de la que siempre has hecho gala. No tengas miedo”

            La hoja abandona mi mano regresando al árbol de cristal, tras de mi se abre la ciudad de la que me había alejado. Sí, era tiempo de volver, era tiempo de demostrar que estamos aquí, por alguna razón importante.

FELIZ NAVIDAD Y PROPERO AÑO 2016