Un nuevo escritor se acerca a
nuestro blog y su entrevista será un tanto peculiar, pues cada pregunta estará
relacionada con el mundo de la ficción y de los cuentos de hadas. El motivo es
sencillo, además de las preguntas personales que siempre realizo, la mayoría de
ellas estarán enfocadas a su personalidad y a su obra: Heliópolis. El Blues del Hada Azul.
Galileo Campanella nace el 21 de
Julio de 1982 en Caracas, Venezuela, trasladándose a Madrid en el año 2002.
J.S. Como siempre hago con mis
invitados, las preguntas personales son casi obligatorias, a no ser que el
propio personaje no desee contestarlas.
¿Cómo te defines a ti mismo?
G.C. Como un escritor novel que,
a pesar de haber publicado, seguirá siendo novel por vocación. Tampoco he
dejado de ser un niño –a pesar de las barbas–, y eso condiciona mi aproximación
a casi todo, incluso a la literatura. Escribo lo que me habría gustado leer de
joven, y lo que podría abrirle las puertas al niño que hay dentro de mis lectores
menos ajados por la vida.
J.S. El amor, la amistad, dos
puntos importantes en tu obra. ¿Háblanos sobre el concepto que tienes hacia el
amor?
G. C. Lo único que sé sobre el
amor, es que no puede ser un sacrificio.
J.S. ¿Qué importancia le das a la amistad en tu vida?
G.C. La amistad ha sido mi
salvavidas, así que me debo a ella… O mejor dicho, me debo a ciertas personas
espectaculares que he tenido la fortuna de conocer. Nunca he sido de tener
muchas amistades; sí unas pocas excelentes, inmejorables desde cualquier punto
de vista. Herman Hesse, a pesar de Narciso
y Goldmundo, habría sentido envidia de mí.
J.S. La familia, otro de los
componentes de la historia. ¿Qué representa para ti la familia?
G.C. Como no he sido capaz de
fundar una, la familia ha pasado de ser un concepto capital en mi vida, a algo
deconstruido: interesante, decididamente extraño y muy sobrevalorado, como las
tortillas de Ferrán. Me pregunto si detrás de la familia y del amor, al
despojarlos de los compromisos de la genética y de la palabrería, no quedaría
sólo “amistad”.
J.S. Mucha gente piensa que los
escritores vivimos de lo que publicamos y como todos sabemos, estamos muy lejos
de esa opción de vida. ¿A qué se dedica Galileo además de escribir?
G.C. Soy Consultor de desarrollo
de negocios para empresas de la industria audiovisual y de la innovación:
productoras, desarrolladoras de videojuegos, editoriales… También soy
emprendedor en una franquicia para cinéfilos llamada Los Martes Invaden la Tierra; profesor de Música, corrector de
textos y sexador de pollos en mis ratos libres (nunca).
J.S. Con Heliópolis. El Blues del Hada Azul, creas un nuevo concepto de leer
y visualizar a los personajes que todos mantenemos en nuestra mente desde
niños. Siempre creí que cada cuento llevaba implícito un mensaje más allá de lo
que mostraban, y el tiempo, al hacerme mayor, me lo demostró ¿Crees que los
niños, al leer los cuentos en su infancia, en sus tiernas mentes, absorben
parte de esos mensajes?
G.C. Creo que depende del
individuo, no de su edad. Los niños, como los adultos, vienen en varios
modelos: menos despiertos, más inteligentes, sensibles, simples… La diferencia
radica en que en un joven se puede influir más para desarrollar el pensamiento
crítico, el respeto a la diferencia, la integridad y otros valores esenciales si
queremos que este mundo experimente algo parecido al progreso.
Algunos mensajes en Heliópolis pasarán desapercibidos a los
lectores más jóvenes…, pero a otros tantos adultos protagonizarán el mismo
despiste. La literatura requiere un buen número de predisposiciones (concentración,
inteligencia, empatía) que no siempre se dan, pero siempre puede ser revisitada
más adelante, desde eso que llaman “madurez” (y no lo es).
J.S. Las nuevas tecnologías y los
juguetes mecanizados, están creando unos niños donde desarrollar la imaginación
queda prácticamente relegada, pues los nuevos juguetes se lo dan todo hecho.
¿Piensas que es beneficioso para el futuro de ellos, o por el contrario a los
niños se les debería educar en las tradiciones de siempre?
G.C. Pues ni una cosa ni la otra.
Creo que los juguetes de hoy en día también son estimulantes, y algunos me dan
una envidia terrible. Los videojuegos, por ejemplo, fomentan un buen número de
destrezas además de la imaginación.
Lo único que me preocupa en la
educación de los niños es que los padres sepan comunicarse con ellos: crear
puentes, los suficientes y lo suficientemente largos (como el que une la
Campiña con la capital, Heliópolis) para que siempre se pueda establecer el contacto
sin asfixiar, sin que haya conflictos en las fronteras y se levanten muros.
J.S. Enfrentarse a la lectura de
Heliópolis, es abrir la mente a nuevos mundos, como he dicho antes. ¿Cómo se te
ocurrió la idea?
G.C. Viendo Pinocho (la versión de Disney) con mi hermana pequeña, y
asombrándome de que la película le estuviera pareciendo aburridísima. ¡Con lo
que me a mí me gustaba de (más) niño! ¡Con todos esos misterios de su trama,
además…! ¿Por qué Geppetto nunca tuvo hijos? ¿Qué hacen con los jóvenes que
acaban convertidos en burros? ¿Quién demonios es el Hada Azul, y por qué se
dedica a asistir a los demás y a colarse en sus casas sin permiso?
“¿Sabías que el Hada Azul nació
siendo un chico?” le dije entonces a mi hermanita, y a partir de entonces la
película comenzó a interesarle. Una pequeña mentira que hizo crecer mi nariz, y
que con el paso de los años se transformó en una novela de más de quinientas
páginas…, para mayor desgracia de mi
hermana pequeña, a la que tampoco le gusta demasiado leer: lo suyo es la
música.
J.S. Viendo que era difícil
publicar dicha historia, se te ocurre colgarla en Internet y hacer partícipe a
los lectores. ¿Qué papel han tenido los internautas en la elaboración de la
historia y de su salida al mercado en libro de papel?
G.C. Los internautas llegaron
tarde a la creación de la historia, pues cuando comencé a publicarla ya estaba
escrita en su totalidad. Si influyeron, en cambio, en la primera mitad de Heliópolis: La Travesía del Arcoíris (la
secuela de El Blues), que he ido
publicando también en Internet en los últimos meses. Sus críticas, comentarios
y vivencias me ayudaron a darle vida a la historia, hasta que me vi obligado a
parar por falta de fondos anímicos.
Y desde luego, la publicación en
papel de la novela no habría sido posible sin la ayuda de mis lectores, que
financiaron la misma a través de una exitosa iniciativa de crowdfunding. Ellos legitimaron la obra (de la que las grandes
editoriales dijeron que “no tenía mercado”), apostaron por ella y se
convirtieron también artífices y beneficiarios de este logro.
J.S. La novela se presenta como
una obra juvenil y a la vez para adultos. ¿No crees que cada etapa de nuestra
vida precisa, de una lectura diferente?
G.C. Quizás haya gente que
experimenta la vida por etapas, pero no es mi caso. Yo lo que sufro es un
deterioro paulatino de facultades, y una acumulación –en los huesos, la piel y
los riñones– de aciertos y decepciones. Sobre todo de las últimas.
Para mí, una lectura es más rica
mientras más lecturas se puedan sacar de ella. Es realmente difícil hablarle a
un público de niños-adultos como el que yo represento, pero mis obras favoritas
(de la literatura, el cine, la animación, la música, los videojuegos…) lo han
conseguido en no pocas ocasiones. ¿Por qué no iba yo también a intentarlo? Wicked, El Principito, Into The Woods,
la obra de Studio Ghibli y casi toda la de Pixar… Me puse el listón muy alto, y
por eso pude colarme por debajo, fácilmente- Sonrisas.
J.S. La frase que un día le dices
a tu hermana mientras estáis viendo una sesión maratoniana de películas de
Disney, ya mencionada en una respuesta anterior, se me quedó grabada desde el
principio “¿Sabías qué el hada azul nació siendo niño?” ¿Qué deseabas
comunicarle con dicha pregunta?
G.C. Que tras lo aparente se esconde
la verdadera esencia de las cosas. Que el mundo es extraño e interesante cuando
uno le busca las cinco patas al gato. Y que hay que echarle imaginación a la
vida si no nos queremos morir de asco.
J.S. La historia está escrita en
31 capítulos, los días en que tu hermana pasa visitándote cada año. ¿Cómo iba
reaccionando a medida que leía la historia?
G.C. Con suficiente desinterés
como para haber desmoralizado al escritor más prolífico. Por suerte, otras
personas me animaron a seguir, y mi hermana por fin alcanzó el punto en que le
habría resultado más costoso abandonar la historia que conocer su desenlace.
Pero bueno, insisto en que su
espíritu es más musical que literario, por lo que ya puedo considerar un logro
haber torturado con más de quinientas páginas a una niña de diez años, y que
ninguno de los dos haya acabado en el manicomio o en la cárcel.
J.S. Debo decir que soy un gran
amante de los cuentos tradiciones y de las películas de Disney, que sobre todo
cuando estoy algo deprimido me pongo una y todo cambia. Reinventando como haces
con los personajes, por todos conocidos, hay algunos que me han dejado
desorientado. Por ejemplo que Hansel y Getel sean los hijos de la Bella
durmiente, o que Geppetto formara parte de los tres osos, sin olvidarse de
Klaus ¿Cuál fue el motivo de unir unos cuentos con otros?
G.C. El batiburrillo que tengo en
la cabeza. ¿Sabías que, en una de las versiones más antiguas del cuento, a la
Bella durmiente no la despierta un Príncipe? De hecho, el apuesto noble la
viola mientras yace (ejem, “muerta”), y la mujer despierta nueve meses después
cuando da a luz a dos mellizos.
Me parecía imposible no hacer
coincidir a todos los personajes en una única historia. Ese reino muy, muy
lejano para mí siempre ha sido el mismo. Además, la interacción entre los
distintos personajes (de los que no podemos estar seguros de su genealogía, ¿o
es que Disney se ha apropiado del canon de estas historias?) me parecía algo
interesante a explorar.
J.S. El colegio donde estudian
los jóvenes se llama Grimm y el hospital Perrault. ¿Un homenaje a los creadores
de los cuentos?
G.C. ¡Sí! Igual que la
Universidad de Lem, la Biblioteca Afanásiev o la Torre de Propp. Tolkien y
Saint-Exupéry tienen sus propias estaciones de metro, e incluso le he dado algo
de cancha a Rowling, que se lo merece.
J.S. La novela está cargada de
una crítica social, política y religiosa. Quedémonos con las dos últimas.
¿Piensas que la política y la religión son los causantes del deterioro, de la
falta de libertad y de la evolución social de nuestros días?
G.C. No. El deterioro, la falta
de libertad y la involución social (que pongo en duda) son causadas por las
personas, al igual que la política y la religión. No existe nada humano que
pueda apresar al ser humano, y quizás cuando entendamos esto seremos un poco
más libres.
Nosotros creamos a Dios –porque
lo necesitábamos–, de modo que cualquier sensación de estar presos de una moral
religiosa es sólo una perversión del derecho de autor. “Religión” viene del
latín religare, es decir, “volver a
unir”; la palabra no podría estar peor empleada pues, porque si nos reuniéramos
con nuestra creación (si entendiésemos que Dios nació de nosotros, y no al
revés) perderíamos cualquier fervor, obligación moral y fe…, y comenzaríamos a
pensar por nosotros mismos, a tener una ética propia.
En la política pasa lo mismo. Es
el pueblo quien legitima a sus gobernantes, y no al contrario; no estamos
sujetos a ellos, sino ellos a nosotros. Esos cuatro, cinco o seis años de
mandato para un presidente electo (según el país) son un truco extremadamente
peligroso, como lo es también la democracia cuando el marketing tiene más peso que el debate, y las promesas electorales
no son vinculantes. ¿Qué estamos votando realmente? ¿Y a quién?
J.S. ¿Por qué siempre tenemos que
optar por una revolución o una lucha para conseguir algo tan natural como es la
libertad del individuo y su pensamiento libre?
G.C. Porque la libertad no es
natural, sino una de las construcciones más sofisticadas de la humanidad: el
edificio más espectacular y cochambroso de todos. Pero eso no significa que no
debamos luchar por ella, ¡más bien todo lo contrario!
La libertad es un concepto que no
existe en la naturaleza. Fue inventado por nosotros, y se basa en percepciones
terriblemente subjetivas y sujetas con alfileres. La neurofisiología incluso
pone en duda que seamos nosotros quienes tomamos las decisiones, y no nuestro
cerebro (que realiza sus operaciones una fracción de segundo antes de que
seamos “conscientes” de haber decidido algo). Quizás la “consciencia” sea un
recurso evolutivo para darnos la sensación de que tenemos todo bajo control…,
igual que Dios es un invento humano para darle sentido a la existencia.
E insisto, ¿no vale la pena
luchar por algo así? Que el enamoramiento tenga una base química no le resta
valor, y saberlo no evitará que la gente se enamore. Que la libertad sea lo más
antinatural del mundo, junto con Dios, sólo la hace más interesante. A la
libertad, insisto, no al Supremo Autor, que ya está sobreexplotado por las
distintas religiones.
J.S. Zafiro en sus memorias dice:
“no hay nada tan difícil como llegar a ser quien uno realmente es” ¿Estás de
acuerdo con esta afirmación?
G.C. A tal punto que casi duele.
Todo comienza con el gnothi seauton
de los griegos (“Conócete a ti mismo”), pero el segundo paso es igual de
difícil: “Ya sé quién soy. Ahora, ¿cómo me convierto en quien soy realmente?”.
Si todos luchásemos por tener
algo de integridad, quizás evitaríamos lastimar a nuestros semejantes. Vivir
engañado es engañar también a los demás… de la forma más dolorosa posible,
¡porque cuesta tanto conocer a alguien…! Es tan grande el esfuerzo que tenemos
que hacer para “conectar” realmente con una persona, que descubrirla
contrahecha debería estar penado por la ley.
J.S. ¿Por qué un blues para el
hada azul?
G.C. Porque la tristeza verdadera
es elegante, y le sentaba de maravilla al personaje.
J.S. En parte sorprendido por las
últimas respuestas, que no podían ser otras tras lo expuesto en la historia, no
quiero descubrir más sobre la novela, pues creo que es muy interesante para ser
leída y que cada uno saque la conclusión sobre ella, según su visión, pues
tiene infinidad de lecturas. Esta obra forma parte de una trilogía. ¿Qué nos
depara la próxima entrega? ¿Volverá Azul”
G.C. La segunda entrega va sobre
otros “cuentos de hadas” que necesitan una revisión urgente: la democracia, la
libertad, el amor de pareja, la maternidad como algo inmaculado. He llegado
hasta la mitad, pero me siento incapaz de avanzar más por el momento, porque el
esfuerzo anímico de escribir sobre una Travesía cuando no se tiene brújula, ni
mapa, ni una X dibujada con pintalabios rojo, ha probado ser agotador.
Para la tercera parte aún queda
mucho, pues primero debo vivir aquello de lo que pienso hablar en ella. ¡Y sí,
Azul volverá, pero no como uno esperaría!
J.S. Y la última pregunta, como
siempre, queda para ti. ¿Qué te hubiera gustado que te preguntara y no he
hecho?
G.C. “¿Cuál es tu personaje
favorito?”, y yo te habría respondido, probablemente (¡como saberlo, si soy “libre”
de cambiar de opinión!), que el de Emil Sinclair. Pero en realidad admiro a
todos los personajes, porque por el mero hecho de serlo, ya son más coherentes
que cualquier persona que conozca. Aunque más admiraría a una persona capaz de
convertirse en aquello que desea ser –en su propio personaje–, porque en el
esfuerzo está gran parte de nuestra valía. En el abandono, en cambio, no hay
nada de interés.
J.S. Esa pregunta no te la
hubiera hecho, porque sería igual que las eternas. ¿A quién quieres más, a papá
o a mamá? ¿Quién es tu hermano favorito? O la de ¿Cuál es tu mejor amigo? Creo
que hay preguntas que es mejor no hacer nunca, pues tal vez no surja la
respuesta deseada y entonces brota la decepción. Mejor no tentar al diablo.
Ha sido todo un placer haber
leído “El blues del hada azul” y esperaré ansioso a la segunda entrega.
Disfruta de la vida y sigue
soñando, como en tantas ocasiones yo también hago. Yo si te desvelaré mi
personaje favorito de los cuentos: Peter Pan, además es como muchos de mis
amigos me han apodado desde hace años.
La próxima semana: reseña de la novela.
Un saludo para todos.