Una
película con más pretensiones que aciertos, podría ser una de las frases con la
que se puede definir a “Esperando al
rey” del alemán Tom Tykwer y es
que sin duda Tykwer ha querido mostrar demasiadas tramas sociales y no sabe
cómo cerrar cada una de ellas.
Por
momentos la historia parece querer despegar, pero luego la deja diluirse entre
escenas del inmenso desierto, de despachos y edificios minimalistas y modernistas; de un ambiente
cálido en las mentes tranquilas de una sociedad que dista mucho de lo que
estamos acostumbrados a ver, aunque en realidad todo puede ser un espejismo. No
hay prisas, ni siquiera aparentemente, para lo que se puede considerar
importante. Los cambios son prácticamente inapreciables, en contrate con el
caos de occidente.
Alan
Clay (Tom Hanks) es un empresario
americano que no ha sido capaz de triunfar en los negocios. Defraudado y
decepcionado, decide comenzar un nuevo proyecto, pues precisa pagar sus recibos,
sus gastos; todo aquello que le ha provocado el divorcio y donde están
incluidos los estudios de su hija. Será Arabia Saudí, el lugar elegido para
presentar un proyecto holográfico al rey de aquel país.
Con
esta trama que resulta interesante en un principio y que comienza con un buen
ritmo en la primera parte de la película, termina siendo salvada, en momentos determinados, gracias a los dos compañeros de reparto con los que cuenta
Alan Clay (Tom Hanks), que serán el
divertidísimo taxista Yousef (Alexander
Black) en una brillantísima interpretación y la doctora Zahra (Sarita Choudhury) excelente en su
papel.
El
bulto que en un momento determinado nos muestra el personaje en su espalda, es
una clara metáfora a la mochila que llevamos todos y vamos llenando con
nuestros problemas, nuestros trabajos, nuestras frustraciones, nuestros sueños
rotos… Una metáfora que tendrá que ser extirpada literalmente, por una mujer de
profunda mirada, de silencios necesarios, atractiva y seductora por igual.
Aunque
no será la única metáfora que nos presentará y eso creo, es el problema que
arrastra la película, que todo resulta demasiado lánguido, sin dar solución a
lo que el espectador busca y con ello provocar que lo que se vea en la gran
pantalla, pueda carecer de cuerpo y de alma.
Curiosamente
la película por alguna razón funciona aunque al salir de la sala, creamos que
la historia se desvanece en nuestra mente a cada paso que damos, como el viento
en el desierto y camuflándose como los granos de arena en las inmensidades de
los espacios que la fotografía de Frank
Griebe nos ofrece de forma espléndida y generosa, adornada por la sutil
banda sonora de Johnny Klimek.
Tras todo lo dicho, mi puntuación es
de un 5,5.