Y fueron pasando los años, se podría decir, y en todos aquellos años no
recuerdo haber pasado más de una semana sin escribir algo, aunque luego no se
convirtiera en nada concreto. Siempre llevaba una pequeña libreta conmigo y
anotaba todo lo que se me ocurría en ese instante: sentado en el suelo apoyado
contra un árbol, subido en la verja que daba frente a mi casa, caminando desde
mi pequeño pueblo a la ciudad, más o menos un kilómetro y medio… Daba igual el
lugar y el momento, si tenía una idea el bolígrafo y el papel estaban a punto,
al igual que cuando me iba a la cama, en la mesilla siempre o casi siempre he
tenido papel y bolígrafo, pues no ha sido la primera vez que me he despertado
con una idea en la cabeza y automáticamente tras incorporarme y dar la luz,
escribirla.
Los relatos y los cuentos se iban amontonando unos sobre otros en carpetas
de cartón que iba guardando en un cajón. Muy poca gente conocía la existencia
de aquellos escritos, salvo algunas amigas/os que les gustaba de vez en cuando
echarles un vistazo.
Recuerdo haber escrito dos pequeñas obras de teatro, una de ellas se llevó
a escena interpretada por unas amigas a las cuales dirigí: “Días de ensayo,
días de estreno” y al año siguiente, otra amiga, del curso de tercero del
instituto femenino, me pidió que las dirigiera en una mini obra de una media
hora de duración, con guión en verso de una chica de la cual recuerdo las
primeras frases: “Van caminando despacio, hacia la puerta central, del edificio
negruzco, que algún día pintarán…” Aquel texto en verso, lo adoré desde el
primer instante. Aquella chica, con tan sólo 16 añitos, atrapaba con sus
palabras. Me di cuenta que tenía mucho que aprender, que lo que hasta la fecha
había escrito, no valía nada; pero continué en mi tozudez escribiendo.
Recuerdo mi profe de literatura en el Instituto: Carmen Íñiguez, que me
animaba siempre a escribir. Decía que tenía un estilo muy propio a la hora de
redactar los comentarios de texto y en 2º de BUP me presenté al concurso navideño con un cuento que está colgado aquí, en el blog: “ÉL” y aquel
cuento que había nacido del dolor, de la soledad, del vacío que en aquel tiempo
sentía en mi interior, me recompensó con el Primer Premio. Y “Él” se convirtió
automáticamente en el pistoletazo de salida hacia una meta que aún veo lejana. Pero
también os decía en otro de los capítulos, que mi mayor enemigo era la
impaciencia. Idea que tenía, idea que debía estar materializada casi al
instante y así surgió otra de mis frustraciones, el no ser capaz de desarrollar
una historia en más de cinco o seis páginas mecanografiadas. Además de
escribir, era un gran lector y admiraba a aquellos escritores que eran capaces
de ofrecer en más de 300 o 500 páginas una historia. ¿Por qué yo no? El relato
corto y el cuento me gustaban y me siguen gustando, pero poder abrir todo un
mundo de imágenes, de diálogos, de expresiones, sensaciones y emociones…
Deseaba ser como ellos, por lo menos tener la oportunidad de una primera obra,
aunque fuera sólo una, pero… No, mi relato más largo no sobrepasaba las quince
páginas. Me resigné.
Mis estudios fueron dando tantas vueltas como yo mismo. Emprendía unos y
sin ser finalizados eran relevados por otros y siempre con la inquietud de que
lo que estudiaba no me complacía. Un buen día vi el anuncio de una escuela de
diseño de moda. En mi familia el mundo de la moda lo había visto desde niño en
las casas talleres de mis tías y con mi madre que era una mujer muy elegante y la
encantaba lucir un buen vestido. ¡Y lo lucía! Tipazo el que tenía. Y me apunté
a dicha escuela. Luego los años de especialidad me llevaron a Madrid y cuando
terminé el último curso y estaba preparando el proyecto de fin de estudios, decidí
enfocarlo al mundo del cine de ciencia ficción y para ello escribí una
historia. Por primera vez sobrepasé las 50 páginas en un relato lleno de
aventuras, de personajes que parecían rodearme, de lugares soñados y nunca
reales. Recuerdo las palabras de mi profesora tutora del proyecto: “Siempre me
ha gustado como diseñas, pero creo que te has confundido, lo tuyo no es el
diseño, es escribir. No dejes de hacerlo nunca” Al final no entendí muy bien si
en realidad me quiso decir: “Anda Javier, no pienses en el mundo de la moda
como profesión, porque si no te morirás de hambre” Y salvo alguna temporada no
lo ejercí, no porque no me motivara, sino porque lo que contemplé a mi
alrededor en ese mundo aparentemente tan mágico y maravilloso de la moda y la
creación, por dentro está podrido. La rivalidad es absoluta, el ego alcanza cotas insospechadas, la prepotencia se convierte en mezquindad… Pero no he venido a hablar de moda, eso se lo dejo a los grandes "magos e intelectuales de ese campo"
El próximo capítulo estará centrado en otro campo mágico en mi vida: El mundo del cine y el guión.