Era una noche de invierno como otra cualquiera. Saliendo de mis clases nocturnas, con la carpeta bajo el brazo, la zamarra bien cerrada, el gorro calado hasta los ojos y los guantes protegiendo mis manos de la fría noche.
Mis botas iban dejando la muestra de mi existencia sobre el tapiz blanco que la acera presentaba. Había estado nevando todo el día y en aquellas horas, nadie paseaba por las calles y apenas circulaban coches.
Mientras me aproximaba al hogar, deseoso de sentir el calor de su interior, una espesa niebla comenzó a rodearlo todo. Una niebla que evitaba que viera apenas a unos 5 metros.
Las luces de las farolas traspasaban tímidamente entre la cortina blanca que se entendía en todas direcciones, creando formas fantasmagóricas que en la mente de cualquiera, por poco despierta que estuviera en aquella horas, podría imaginar mil formas, mil figuras e incluso algunas provocarte un sobresalto, al sentirla al lado.
No. No era una buena noche para caminar por la calle, pero aquellas clases, no me dejaban otra elección.
Intenté pensar en algo, para evitar el frío. Crear alguna historia que me mantuviera entretenido hasta llegar a casa, como solía hacer algunas veces; cuando de pronto, entre la niebla, creí ver una figura humana. Me sonreí, pensé en el juego de las luces entre la densa bruma y continué; pero en efecto, al llegar a su altura, aquella figura era real. Mediría algo más de dos metros, con lo que me sacaba una cabeza de altura. Vestía una gran túnica hasta los pies, los cuales llevaba descalzos, las mangas anchas cubrían sus manos y la amplia capucha, ocultaba su cabeza, dejando su rostro en sombra. Permanecía inmóvil, impidiéndome el paso. Me quedé quieto, sin saber que hacer por unos instantes. No parecía presentar ningún síntoma de querer violentarme, por lo que tras uno segundos, le pregunté:
- ¿Quién eres?
Aquella presencia no contestó.
- ¿Quieres algo de mí?
Levantó el brazo derecho, me señaló y luego se giró al mismo tiempo que lo hacía su brazo. Intuí que deseaba lo siguiera, y como en realidad emprendía el mismo camino que yo llevaba, acepté.
¿Quién era aquel personaje extraño, que no habló, que no se inmutaba, que tan sólo buscaba lo siguiera? Bajo aquella túnica se podía intuir un cuerpo masculino, al igual que en sus pies desnudos.
Mientras mis pensamientos, en aquellos segundos, iban dirigidos al extraño compañero, empezó a clarear y la niebla a disiparse. Me extrañó el fenómeno y más aún cuando de pronto percibo que mis pies no están tocando el suelo, sino que a cada paso que daba, era como si estuviese subiendo escalones en el espacio. ¿Qué me estaba pasando? Aquello no era normal, pero dejé de preguntarme cuando debajo de mí, se abrió un impresionante valle, de un verdor espectacular, coronado por un sol abrazador que liberó todo el frío de mi cuerpo destensándolo y relajándolo. Aquel sitio no se parecía en nada a ningún lugar que yo conociera.
En el lateral derecho del valle se avistaba un río y junto a la orilla, sobre un tronco de árbol seco, se encontraba un niño sentado tirando pequeña piedras al agua.
El personaje se detuvo y yo lo imité. Intenté mirar su rostro, pero me resultó imposible, la capucha lo cubría.
- ¿Por qué me has traído aquí?
El silencio fue la respuesta.
- ¿Quieres que baje?
Asintió con la cabeza y de nuevo elevó su brazo derecho, señalando al niño.
- No tengo ni idea que es lo que pretendes. Me señalas al niño y no sé cual es mi misión, si es que tengo una misión – moví la cabeza de lado a lado – Me estoy volviendo loco, todo esto es una paranoia provocada por el frío, esta vez mis pensamientos han ido demasiado lejos.
Giró su cabeza hacia mí y entonces vislumbré una amplia sonrisa que me tranquilizó.
- No me estoy volviendo loco ¿Verdad? ¿Quieres que baje y hable con el niño?
Afirmó con su cabeza.
- Está bien – Como en un impulso comencé a caminar y cada paso era un escalón invisible que me hacía descender, hasta que mis pies tocaron la tierna hierba.
Suspiré y anduve en dirección al niño. Éste se giró al sentirme llegar y sus ojos azules se iluminaron a la vez que me ofrecía una tierna sonrisa.
- ¿Has venido a jugar conmigo?
- Sí. He venido a jugar un rato contigo. ¿A qué quieres que juguemos?
- No lo sé – se encogió de hombros – A lo que tú quieras. Nunca juego con nadie salvo con mi mamá. No tengo amigos – miró mi carpeta de estudios - ¿Sabes dibujar?
- Sí, un poco.
- Podríamos jugar a dibujar. ¿Me enseñas como dibujas?
No lo dudé, me senté sobre la hierba, me quité el gorro y los guantes y desabroché la zamarra. Él se colocó al lado. Abrí la carpeta, tomé varios folios en blanco y mi lapicero. Los primeros dibujos eran casas sencillas, árboles, flores, todo aquello que se me ocurría. Cuando tuve terminado el dibujo de un perro, me miró, inclinando la cabeza ligeramente y levantando una de las cejas.
- Amigo, ¿los dibujos pueden tomar vida?
- ¿Cómo? – la pregunta me cogió desprevenido.
- Si los dibujos pueden cobrar vida. Quiero decir, si pueden salir del papel y jugar con ellos.
- No lo sé. Nunca he pensado en ello – me mantuve en silencio, llevando mi mirada de aquel pequeño al dibujo. Sonreí - ¿Quieres intentarlo?
- Sí – Contestó con una gran sonrisa y sus ojos se llenaron de vida.
- Pues adelante. Nada se pierde por intentarlo.
El niño cogió la hoja de papel y la dejó sobre la hierba frente a él. Acarició el dibujo y comenzó a llamar al perro sin dejar de acariciarlo. Ante mi asombro, aquel dibujo cobró sus tres dimensiones, se asentó sobre sus patas, movió el rabo y ladró al niño. El pequeño sonrió y se levantó, los dos comenzaron a corretear por todos lados. Los gritos del niño se perdían entre los ladridos de aquel perro que lo seguía. El pequeño cayó al suelo y el perro le lamió la cara. Aquel chaval lo abrazó y así permanecieron un buen rato. Miré hacia lo alto. Allí permanecía el extraño personaje, en la misma posición que lo había dejado. Presentí que mi empresa aún no había terminado, por lo que esperé. En realidad me sentía a gusto. Me desprendí de la zamarra y me tumbé mirando hacia el cielo. Un cielo azul, libre de nubes y con un gran astro que calentaba mi rostro. Aquel instante duró poco, pues el niño volvió a acercarse.
- ¡Amigo, amigo! – me gritó a la vez que fatigado se sentaba de nuevo en el suelo. El perro giró en derredor nuestro varias veces.
- ¿Qué quieres ahora? – le pregunté con ternura.
- Que me dibujes un amigo.
- ¿Un amigo?
- Sí. Un amigo con el que pueda jugar. Siempre estoy sólo. Aquí no hay niños y… - sus ojos brillaron – Me gustaría tener un amigo para estar acompañado. ¿Me dibujas un amigo? – Su voz se tornó dulce y mi corazón se encogió.
- Claro, te dibujaré un amigo.
No tuve la menor duda, saqué varios folios, los extendí sobre la hierba y comencé con el dibujo. Nunca había sido un buen dibujante y en aquel lugar me estaba sorprendiendo con la facilidad que las líneas, las formas, los gestos, cada parte de aquel cuerpo que estaba formando, tenía las proporciones exactas.
El pequeño de vez en cuando dejaba de observar el dibujo y yo de soslayo, contemplaba con una cierta satisfacción, que me miraba. Sonreía e intuía que sus ojos ya no estaban brillosos por las lágrimas que estuvieron a punto de brotar.
- Ya está. ¿Qué te parece?
- Me gusta mucho, pero…
- ¿Quieres que cobre vida como el perrito?
- Sí. Quiero un amigo de verdad, ya te lo he dicho. Quiero un amigo para compartir mis juegos y…
- Pues no le hagas esperar. Llámalo. Dile que lo necesitas – le alenté con mis palabras. Yo también deseaba que aquel dibujo formara parte de su entorno. No hay mayor tristeza que la soledad y aquel niño desprendía tanto cariño, tanta ternura, tanto amor que compartir…
El niño se colocó de nuevo frente al dibujo. Lo estuvo mirando en silencio. Sonreía y suspiraba. En aquel momento me hubiera gustado conocer sus pensamientos, pues estaba seguro que en aquel silencio existían palabras hacia lo dibujado en los folios. Acarició el rostro de aquel personaje:
- Te necesito amigo. No quiero estar sólo. Sal de ahí y ven conmigo. Quiero jugar contigo.
Esta vez no sucedió como en la primera ocasión, donde el perro cobró vida al instante de invocarlo. El niño me miró, sus ojos azules estaban empañados en lágrimas, mi corazón se revolvió en el interior.
- Llámalo de nuevo, tal vez esté dormido.
- Sí. Tal vez esté dormido y no me ha escuchado. Despierta amigo, no tengas miedo, junto a mí no te pasará nunca nada malo, te lo prometo, nos cuidaremos el uno al otro.
Aquellas palabras provocaron lágrimas en mis ojos, lágrimas que cayeron sobre el pecho del niño dibujado y ante mi asombro, la cabeza del dibujo se movió, sus brazos tomaron las tres dimensiones, ejerciendo el gesto de desperezarse y poco a poco, se fue levantando de la hoja quedándose sentado.
- ¡Tengo un amigo! ¡Tengo un amigo de verdad!
- Sí. La esperanza es lo último que se debe de perder, recuérdalo pequeño – le removí su cabello rubio en media melena – Sueña con que los deseos, si perseveras en ellos, los podrás lograr, aunque no todos los que desees. Lucha por todo aquello con lo que ansias para que la felicidad te rodee. Has deseado un amigo, algo muy hermoso – miré hacia lo alto, contemplando aquella figura – y un sueño como ese, no podía ser rechazado.
Los dos niños se levantaron, corrieron el uno tras el otro y aquel perro, también salido de un folio, ladró tras ellos. Entre juegos cayeron al suelo y el perro saltaba por encima de los niños mientras éstos reían a carcajadas. Cerré los ojos y me tumbé, suspiré, deseé quedarme en aquel lugar; se respiraba paz, tranquilidad, pero sabía que debía regresar. No era mi lugar.
Me incorporé, guardé todo en mi carpeta y me levanté. Miré hacia lo alto y comencé mi camino, un camino que me alejaba de un valle maravilloso, internándome de nuevo entre la niebla, percibiendo de nuevo el frío de la noche, creándose de nuevo las huellas sobre la nieve, pero ya libre de la niebla. Pensé en que todo había sido producto de la imaginación, una ensoñación entre la niebla, la nieve y el frío. Sonreí. Frente a mí se encontraba el bloque de edificios donde estaba mi casa. Saqué las llaves y tras subir las escaleras del primer piso, abrí la puerta. Una oleada de calor azotó con fuerza mi rostro, los sonidos del interior invadieron mis oídos y el olor a la cena preparada por mi madre colmaron el resto de los sentidos. Tras los saludos me dirigí a la habitación, me liberé de la zamarra y al dejar la carpeta sobre la mesa escritorio, cayó un pequeño trozo de papel. Sonreí al leerlo: Gracias amigo, buelbe pronto. La simpática falta de ortografía provocó una lágrima de felicidad.
Tras la cena regresé a la habitación, me senté en la silla frente a la mesa y mientras sacaba la tarea a realizar, mi mirada se dirigió a la ventana. La noche estaba estrellada, y en la luz de aquellas estrellas recordé a aquel pequeño y a Él. Al personaje que durante el camino me había guiado para hacer feliz a un niño. No me dijo su nombre, no me habló, simplemente me guió y yo me dejé llevar.
En el silencio de la noche, en el recogimiento del hogar, sólo un pensamiento brotó: Te estaré esperando siempre que me necesites y mientras tanto, recordaré lo vivido esta noche.
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A todos aquellos que en algún momento han perdido la esperanza, donde sus sueños se han visto truncados, donde la vida les ha puesto tantas zancadillas. Recordad que el destino es juguetón, y aunque en ocasiones nos pueda parecer duro, no lo es. Todo tiene un sentido en el camino que emprendemos un día, hasta que ese viaje se completa.
FELIZ NAVIDAD A TODOS Y PROSPERO 2012