La semana pasada hablábamos del aumento de la dosis. Ese aumento del
consumo además de las enfermedades ya expuestas, provoca en nuestro ser una
sensación de suciedad. La piel huele distinta, los dientes se amarillean al
igual que los dedos con que sujetamos el cigarro, el aliento se transforma en
desagradable y la ropa va contaminando el ambiente en nuestros armarios.
¿Os habéis detenido a mirar las paredes del lugar donde fumáis? Si
eran paredes blancas, observad que ahora son amarillas, y sino sus techos, que
rara vez no se pintan de blancos.
Os contaré una pequeña realidad que yo he vivido. Debido a mis años
de estudio fuera de casa, me acostumbré a tener todo lo necesario en mi
habitación, y eso incluía una televisión y el ordenador. El efecto que el
tabaco provocaba en las paredes no era perceptible a mis ojos, ya que la
estancia en ese piso de estudiantes no superaba el año. Cuando de nuevo volví a
mi casa y comencé a trabajar, la costumbre adquirida en mi época de estudiante
no la olvidé y mi habitación era lugar de descanso para todo: Leer, estar
frente al ordenador, ver la tele y dormir, y por supuesto fumar. Pasados los
años, observas pero omites en tu mente, que las paredes se están volviendo
amarillas, pero como he dicho, lo ignoras.
Actualmente vivo en un piso compartido desde hace casi 7 años y aquí
viene uno de los momentos más
desagradables que he vivido con el tabaco:
Cuando dejé de fumar decidí pintar y arreglar mi habitación por
completo. No deseaba tener ninguna muestra de que allí alguien había fumado
como un cosaco. El cambio sucedió cuando volví del hospital (historia que ya os
contaré) y gracias a la ayuda un buen amigo (Carlos Corbacho). Pinté todo, y salvo
el armario, el resto lo cambié. Decidí también sustituir las cortinas por un
estor. Entonces se me ocurrió hacer una prueba y tomé un barreño grande y
lo llené de agua caliente, fui introduciendo una de las cortinas de mi
habitación y la sorpresa fue algo repugnante. El agua fue tornando a un color
amarillo que pasó a anaranjado en segundos y adquirió una ligera pastosidad,
suave, pero si hacéis el experimento, fijaos que así es. Se lo mostré a mi
compañero de piso y al igual que pensé yo en aquel momento, él me dijo: Imagínate
que todo eso es provocado por lo que expulsabas cuando fumabas, ahora piensa en lo que no
soltabas al espacio y se iba pegando en tus pulmones. Haced la prueba y lo
veréis vosotros mismos.
Pensad también que esa contaminación está en los ambientes donde se
permite fumar, afectando a los no
fumadores. La contaminación del cigarrillo va más allá, pues de sobra es
conocido que una colilla no es biodegradable y tirada en una playa, en un río,
en la calle… está contaminando y con
ello ocasionando un mayor daño al ecosistema, y para finalizar y no por ello
menos importante, los riesgos que ocasiona el descuido de algunos fumadores no
apagando bien sus cigarros y que cada año provocan
incendio.
UNA PRUEBA
Una prueba sencilla para comprobar lo que mancha un cigarrillo. Si eres fumador, coge un trozo de algodón y cuando vayas a expulsar el humo, hazlo en él, cuando termines de fumar el cigarrillo, introduce el trozo de algodón en un vaso con agua y déjalo un rato. Luego, aprieta el algodón hasta que elimine todo el agua que ha absorbido. El resultado es con un cigarrillo, multiplícalo por los que fumas y recuerda, que dentro de tu cuerpo, se queda una cantidad superior a la que expulsas al exterior.
UNA PRUEBA
Una prueba sencilla para comprobar lo que mancha un cigarrillo. Si eres fumador, coge un trozo de algodón y cuando vayas a expulsar el humo, hazlo en él, cuando termines de fumar el cigarrillo, introduce el trozo de algodón en un vaso con agua y déjalo un rato. Luego, aprieta el algodón hasta que elimine todo el agua que ha absorbido. El resultado es con un cigarrillo, multiplícalo por los que fumas y recuerda, que dentro de tu cuerpo, se queda una cantidad superior a la que expulsas al exterior.