Érase una vez
un niño que vivía en un pequeño pueblo, donde al llegar los días fríos del
invierno se sentía deprimido. Su madre siempre lo intentaba animar contándole
mil historias y jugando con él, pero él siempre miraba por la ventana, buscando
a sus amigos pájaros, con los que afirmaba que podía hablar.
Aquellas
navidades sus padres le preguntaron que deseaba que le trajeran los Reyes y él,
además de algún que otro juguete les pidió un pájaro. Sus padres se sorprendieron
pues sabían que a su hijo no le gustaba tener a ningún animal enjaulado.
Uno de
aquellos días paseando por la ciudad de la mano de sus padres, se detuvo ante
una pajarería y observó a un precioso pájaro de plumas azules. El niño sonrió y
el pájaro pió con brío.
-
¡Mamá, mama! Ese es el pájaro que me gustaría tener
como amigo.
-
Pero hijo, necesitaríamos una jaula para él y…
-
No, no lo quiero en una jaula. Sé que no se escapará –
Se encogió de hombros y miró a su madre – Lo quiero como amigo y si decide irse,
es porque no quiere estar conmigo.
La madre
suspiró y tras mirar a su marido decidieron entrar en la tienda y comprarle el
pájaro a su hijo. El dependiente lo introdujo en una caja de cartón y agujereó la parte superior para
que la avecilla pudiera respirar. El pequeño estaba loco de contento con su
nuevo amigo y al llegar a casa, corrió hacia su habitación con la caja entre
las manos y la colocó encima de la cama. Se desprendió de sus ropas de abrigo y
se tumbó encima de la cama. Respiró con tranquilidad y levantó la tapa de la
caja lentamente. El pájaro le observó pero no hizo el menor gesto de escapar,
el niño le acarició el plumaje azul y su larga cola del mismo color.
-
Espero que te guste estar conmigo y si un día te
quieres ir lo puedes hacer, aunque ahora con el frío que hace, donde mejor se
está es en casa – Le sonrió y le acarició la cabecita.
El pájaro pió
y el cerró de nuevo la caja dejándola encima de la mesa de su habitación.
Corrió hacia la cocina donde se encontraba su madre y le pidió que preparase
dos cuencos, uno para la comida y otro para el agua del pájaro. La madre le
sonrió y lo preparó todo en dos frasquitos de cristal, el niño lo acomodó
dentro de la caja. Esa noche se quedó dormido mirando hacia la caja donde
descansaba el animalito.
Los días iban pasando, el invierno oscurecía
las tardes antes de lo deseado y nuestro pequeño se entretenía con su nuevo
amigo.
Una de
aquellas tarde se encontraba tumbado boca abajo en la alfombra que tenía en su
habitación. Alrededor de él varios juguetes permanecían dispersos mientras él
leía uno de sus cuentos favoritos. El pájaro de las plumas azules se posó
encima de la tapa de cartón de dicho cuento y pió mirando al niño, éste desvió
la mirada de la página que estaba leyendo y le observó.
- ¿Quieres
jugar?
El pájaro pió
y el niño cerró con suavidad su cuento para no pillar las patitas del ave. Voló
sobre la cabeza del pequeño y éste se incorporó. Ambos jugaron. El niño
intentando atrapar a la avecilla y ésta escaqueándose de lado a lado, con un suave
aleteo. El niño se detuvo, respiró con dificultad y estornudó, el pájaro se
giró y manteniendo un aleteo rápido, se quedó frente a él.
- ¿Te
encuentras bien?
El pequeño
tras limpiarse la nariz con la manga de la camisa se le quedó mirando con los
ojos muy abiertos.
-
¿Me has hablado tú? – Le preguntó mientras sus ojos recorrieron toda la
habitación, comprobando que sólo estaban ellos.
-
Claro. Aunque no lo hiciera en tu idioma, tú ya me entendías antes.
-
¡Qué pasada! ¡Qué guay! ¡Tengo un pájaro que habla! – Se sentó en la alfombra y
volvió a estornudar.
El
pájaro se posó sobre una de sus piernas y le observó moviendo la cabecita de
lado a lado mientras en niño sacaba el pañuelo del bolsillo y se sonaba.
-¿Estás
enfermo?
-
No, únicamente resfriado, nada más – Acarició el plumaje de la cola y sonrió –
Me gustaría tener juguetes adecuados para jugar contigo.
En
la habitación destelló una luz por unos segundos y en zonas libres de la misma,
se cubrieron con objetos de plástico de colores. El niño se quedó quieto como
una piedra mirando lo sucedido.
-
¿Qué ha pasado?
-
Concederte lo que has pedido.
-
Pero… - Le miró fijo a los ojos - ¿Puedes conceder deseos?
-
Sí, todo cuanto desees.
El
pequeño se llevó las manos a la cabeza y abrió la boca. Miró de nuevo al pájaro
y le pidió otro deseo, pero no apareció. El niño frunció el ceño.
-
Sólo te puedo conceder los deseos si ejecutas la acción correcta.
-
¿Cuál?
-
No te lo puedo decir. Recuerda qué estabas haciendo cuando pediste el anterior.
El
niño pensó y se enfadó consigo mismo por no haber puesto atención a lo que
había hecho y recordó las palabras de su madre cuando le decía que siempre
estaba despistado y que era muy importante prestar atención a las cosas. ¿Qué
había hecho? Estaba… Observó al ave y ésta movió la cola ligeramente – ¡Eso es!
– Gritó – Te estaba acariciando la cola – El pájaro cumplió su promesa de no
decirle nada, pero agitó la cola con más fuerza. El pequeño volvió a acariciar
aquella cola de plumas azules – Deseo un balón de reglamento – Y el balón
apareció entre sus piernas – ¡Genial! – La madre al escuchar a su hijo gritar
entró en la habitación.
-
¿Te sucede algo?
-
El pájaro es mágico.
-
Me alegro mucho, te lo ha dicho él.
-
Sé que no me crees. Acércate – La madre se acercó – Dime algo que te gustaría
tener.
La
madre le obedeció y acercándose le observó con intriga – Quiero para la cena de
esta noche un pollo relleno con patatas al horno y una tarta de manzana – Le
sonrió – No me apetece cocinar. El hijo tocó la cola del pájaro y lo pidió.
Nada apareció, el pequeño frunció el ceño y la madre sonriendo a su hijo y tras
acariciarle la cabeza, les dejó de nuevo en la habitación.
-
¿No decías que podías concederlo todo?
-
Tú espera – Contestó el pájaro y a los pocos minutos la puerta de la habitación
de abrió de golpe, tras haberse escuchado gritar a su madre. Miró a su hijo con
los ojos muy abiertos y luego al pájaro.
-
¿Qué pasa mamá?
-
Ven… Ven a la cocina.
El
pequeño se levantó y el pájaro se posó en el hombro derecho, salieron de la
habitación dirección a la cocina y al entrar, la madre señaló hacia la mesa sin
emitir palabra. Sobre ella se encontraba una gran bandeja con un hermoso pollo
asado, relleno y rodeado de patatas, y a un lado sobre una fuente redonda, una exquisita
tarta de manzana.
-
¿Cómo lo has hecho?
-
Ya te he dicho que el pájaro es mágico. Todo cuando le pidamos, nos lo
concederá.
Con
aquellas palabras todo cambió en la familia. Esa noche su madre habló con el
padre en la cama, le explicó lo sucedido y muy pronto, apenas la luz solar
traspasaba los cristales de la casa, el padre y la madre se personaron en la
habitación del hijo. El niño preguntó si pasaba algo y el padre le solicitó que
demostrara el poder del pájaro. El padre no se conformó con pedir un pollo relleno,
no, lo primero que demandó a su hijo fue un coche nuevo a la puerta de la casa
y con los papeles en regla. Al instante todos los papeles solicitados y las
llaves de un coche, los tenía entre sus manos y al mirar por la ventana contempló
con admiración la presencia de un coche en el mismo color que él solicitó.
Gritó de alegría y tomando a su mujer entre sus brazos la levantó por los
aires.
-
Vamos a ser millonarios. Tendremos todo lo que hemos soñado y mucho más.
Así
sucedió. El padre pensó que en aquellos días que tenía libres de trabajo,
aprovecharía para hacer los grandes cambios en la vida de los tres: de su
mujer, de su hijo y para él. Lo primero sería dejar el pueblo para no levantar
sospechas, así que pidió tener un piso amplio en la mejor calle de la ciudad.
Luego abrió tres cuentas de ahorro en tres bancos distintos, y por supuesto la
casa soñada cerca del mar. El piso y la casa fueron amueblados con todo lujo de
detalles y los armarios contenían abundante ropa de la mejor calidad, sin
olvidar las joyas. La vida les cambió por completo. El padre montó su propio
negocio para no levantar sospechas y la madre se reunía, cada tarde, con las
mujeres de la alta sociedad de la ciudad.
Pasarían dos
años y aunque en la casa, parecía que se respiraba felicidad plena, el niño no
era feliz. Algo no iba bien.
Esas
nuevas navidades sus padres habían decidido pasarlas en la casa de la playa. El
pequeño estaba con su pájaro de las plumas azules sentado en la terraza que
daba al mar, con su abrigo puesto. El pájaro había perdido parte de su plumaje
al igual que su intenso color azul, que había mutado a un azul celeste y no
uniforme. El niño lo acariciaba y el pájaro apenas podía levantar la cabeza.
-
¿Qué sucede?
-
Creo que pronto te tendré que dejar.
-
No, por favor, eres lo único que tengo.
-
No digas eso amigo, posees cuanto quieres y si precisas más, sólo tienes que
pedírmelo, aún puedo concederte cuanto desees.
-
Lo único que quiero es que siempre estés conmigo. Eres el único amigo que tengo.
Con el único que puedo hablar y…
-
Pero es ley de vida. Además…
- No – De los ojos del niño se desprendieron
algunas lágrimas – Ya que puedo seguir
pidiendo deseos, quiero que nunca te separes de mí. Quiero…
-
No – Le interrumpió – Ese deseo no te lo puedo conceder. Sobre la vida y la
muerte nadie manda más que el propio destino.
Se
mantuvieron en silencio. El niño miró al infinito que le ofrecía el mar, sin
dejar de acariciar a su amigo. Pensó cuando se lo regalaron sus padres dos años
atrás y los momentos que juntos habían vivido. Sus padres apenas se habían
preocupado por él debido a su nuevo estatus social. Sólo su nuevo amigo estaba
pendiente de él, descubriéndole lugares que nunca el pequeño pensó conocer. El
pájaro le había descubierto otras culturas, como vivían niños de su edad en
otros países lejanos, habían nadado bajo cascadas de agua, volado por cielos en
plena naturaleza, lo había llevado a la montaña más alta e incluso, aunque su
amigo de las plumas azules no pudiera nadar, le ofreció la oportunidad de bucear
en mares llenos de peces de múltiples colores. Con su amigo descubrió un mundo
de matices, de vida, de intensas situaciones y sobre todo, de emociones que
poco a poco enriquecieron su forma de ser. Ahora suspiraba por su compañero,
desde hacía unos días lo observaba a cada instante, descubriendo que apenas
comía y bebía, y que su piar era muy débil. Su amigo se estaba muriendo y él no
estaba preparado para ello. Su mano se detuvo y miró hacia su compañero. La
cola del pájaro se había separado del cuerpo y… Las lágrimas rebosaron sus
ojos. Su amigo le había abandonado. No supo el tiempo que permaneció sentado
allí, en la fría mañana de la víspera del nuevo año. No sería hasta que su
madre lo llamó para comer y él no se inmutó. Su madre salió a la terraza y contempló
la escena. Posó una mano sobre el hombro del niño y le habló.
-
Ahora será feliz en su mundo, con los suyos. Él nos ha ofrecido todo esto para
nuestra felicidad. Además puedes comprarte uno más bonito.
-
No quiero otro, lo quiero a él. Él es el único amigo que he tenido y lo
cambiaría por todo lo que nos ha concedido.
-
No digas tonterías, tienes que aprender a madurar. Es un simple pájaro – La
madre intentó coger el pájaro y el niño la miró entrecerrando los ojos. Por
primera vez sintió rabia hacia la indiferencia que presentaba su madre hacia su
amigo.
-
¡No se te ocurra tocarlo! Ahora me doy cuenta que a vosotros nunca os ha
importado más que todo lo que os ha ofrecido. Como me gustaría pedir un último
deseo.
-
Nadie puede desear que alguien vuelva a la vida.
El
niño no dijo nada, se levantó dirigiéndose a su habitación. Aún con todo el
lujo que tenía a su alrededor, conservaba aquella primera caja de cartón, donde
el dependiente introdujera a su amigo cuando sus padres se lo regalaron. Lo
colocó en el interior y buscó por su habitación. Miró los cojines que adornaban
su cama y tras coger unas tijeras sacó parte del miraguano de uno de ellos,
luego salió al salón y buscó entre las cajas de cristal que su madre
coleccionaba, tomó la más grande y regresó a la habitación. Cubrió el interior
de la caja de cristal con parte del miraguano y acomodó a su compañero, luego
cerró la caja con la tapa de cristal y ésta la introdujo dentro de la caja de
cartón.
-
Quiero que estés cómodo, pero que viajes también en tu primera casa.
Salió
y le pidió a su madre la pequeña paleta de jardín con la que ella plantaba sus
rosas. La explicó que deseaba enterrarlo bajo el árbol en que ellos se sentaban
en verano. La madre accedió y se la entregó. El niño se dirigió con paso lento
hacia el árbol, clavó la paleta en la tierna tierra y abrió un agujero lo
suficientemente grande y hondo para introducir la caja. En todo aquel tiempo no
dejó de llorar, de acordarse de su amigo, de
creer sentirlo a su alrededor piando y aleteando, creyó percibir su
pequeñas patitas posarse en su hombro y por unos segundos miró hacía dicho
hombro. Suspiró y el yanto se hizo mayor. Introdujo la caja de cartón en la
tierra, la destapó y contempló a su amigo dentro de la de cristal. Abrió la
tapa para colocar la cola que se había desplazado con el movimiento.
-
Querido amigo, no sabes lo triste que estoy. Si hoy pudiera pedir un último
deseo sería que todo lo que nos has concedido desapareciera. Mis padres apenas
me hacen caso, incluso ellos se ven poco tiempo. Tienen vidas muy distintas de
las de hace un par de años, mi madre con sus amistades y mi padre con las
suyas. La única persona con la que he compartido estos dos años ha sido contigo,
que me has descubierto mil cosas y me has acompañado en todo momento. Te
quiero, quiero que sepas que nunca he querido a nadie como a ti.
Las
lágrimas empapaban las plumas del pequeño pajarito, una de aquellas cayó justo
entre la cola y el cuerpo, y un resplandor cegó los ojos del pequeño. Apartó la
mirada y cuando sus ojos se habituaron de nuevo al lugar, sonrió al verse
sentado sobre la alfombra de su antigua habitación. Miró la caja de cartón que
se encontraba frente a él, comprobando que estaba vacía. Buscó a su compañero y
aquel pájaro de plumas azules descendió de lo alto del armario hasta sus manos.
-
Tu deseo se ha cumplido tal y como has pedido, y aunque te dije que ningún
deseo puede hacer que un ser vivo regrese de la muerte, en esta ocasión ha sido
volver al pasado y convertirlo en presente, en el cual eras feliz.
-
No quiero que me abandones nunca y espero que mis padres…
-
Tus padres no recordarán nada – Le interrumpió – Para ellos y para el resto del
mundo, es como si despertaran a un nuevo día. Mira por la ventana, está
amaneciendo.
-
Te quiero, espero que estés a mi lado por muchos años.
-
Aunque ya no puedo conceder más deseos, salvo el hablar contigo, prefiero que
la magia de la vida y del destino nos sorprendan a todos. Mejor será que te metas
en la cama, tienes que descansar, mañana tenemos muchas cosas que hacer.
-
¿Ha desaparecido todo?
-
Toca dormir. Yo también estoy cansado – Le respondió evitando la respuesta.
El
pequeño le hizo caso, se introdujo en la cama y miró como su amigo se acomodaba
en la caja de cartón.
NOTA.- Aunque tal vez a algunos les pueda sorprender,
por el contenido de la historia, éste fue el primer cuento navideño que escribí
teniendo 7 años, claro está que al no conservar el original las palabras y las
descripciones están adaptadas a estos tiempos. Y sólo he modernizado un
detalle. En el cuento original ellos se van a vivir a un castillo, he creído
conveniente que ese castillo sea reemplazado por un piso en la ciudad y una
casa en la playa, es más propio y menos ostentoso. En cuanto al resto, el cuento en sí, no se
altera en lo más mínimo. Incluso si os fijáis, no se habla de que ve la
televisión, ni de teléfonos, ni de ordenadores, ni de edredones de plumas, sino
de cojines de miraguano, todo lo he querido mantener adaptado a aquellos años
de final de los 60, cuando fue escrito. Espero que haya sido de vuestro agrado.
FELIZ
NAVIDAD Y PROSPERO 2015