El
41º Festival de Otoño apuesta por la creación nacional y muestra la riqueza y
diversidad de sus lenguajes.
Tradicionalmente,
el Festival de Otoño de la Comunidad de
Madrid ha sido la gran cita con el teatro
internacional, pero igualmente el teatro que se hace en el estado español, en
toda su diversidad genérica y lingüística, ha tenido un lugar preponderante en
la programación. Este año el festival, que se desarrollará entre el 9 y el 26
de noviembre, presenta una cata de teatro hecho dentro de nuestras fronteras
muy representativa, con autores y autoras, directores y directoras y actores y
actrices que conforman un dibujo preciso de una escena que acomoda distintas
generaciones en prácticas artísticas híbridas y intermediales. Algunas de estas
propuestas están apoyadas e impulsadas especialmente por el festival, “un
camino para seguir en ediciones siguientes, para que este evento siga
creciendo”, en palabras de su director Alberto Conejero.
Sinisterra,
Mayorga y Liddell
Al frente de este foco
especial sobre la creación estatal hay tres nombres que no necesitan
presentación: José Sanchís Sinisterra, Angélica Liddell y Juan
Mayorga. Es muy posible que los dos últimos hayan bebido del manantial teórico
y práctico del primero, verdadero mentor de varias generaciones de dramaturgos
y dramaturgas tanto en España, como en Europa y Latinoamérica. Sinisterra es un
clásico vivo, un maestro en el más amplio sentido del término, un joven de 83
años que sigue entreteniendo su tiempo en enigmas y luchas en busca de lo fronterizo,
del paso más allá de lo conocido, siempre ensanchando el poder de la palabra en
el teatro. El lector por horas (Teatro
de La Abadía, 24, 25 y 26 de noviembre), una de sus grandes obras, es una
invitación para que el espectador se entretenga cosiendo hilos invisibles,
llenando huecos vacíos, encajando las piezas de un puzzle apasionante.
Dirige Carles Alfaro, con Pep Cruz, Pere Ponce y Mar
Ulldemolins como protagonistas.
Por su parte, el casi
omnipresente Juan Mayorga, Premio Princesa de Asturias, académico de la lengua
y director artístico del Teatro de La Abadía, llega al Festival de Otoño junto
a un actor inglés muy vinculado a España, Will Keen, que será protagonista
de su último texto, La gran cacería (Sala
Cuarta Pared, 17 y 18 de noviembre), que el propio autor lleva a escena.
Estreno absoluto con producción del Teatro del Barrio, La gran cacería habla
de un hombre insomne que atraviesa de noche el Mediterráneo. Es quizás un viaje
en el tiempo más que en el espacio, asomándose a la literatura de todas las
orillas del mar que vertebra una idea ambivalente de Europa, capaz de lo mejor
y lo peor.
La tríada de insignes
la completa este año Angélica Liddell, que será la encargada de abrir el
festival con Liebestod. El olor a sangre no se me
quita de los ojos, una pieza donde el amor y la muerte
entran en escena a partir de la mítica figura del toreo Juan Belmonte (Teatros
del Canal, del 9 al 12 de noviembre). Como Angélica, Belmonte no sabía vivir
fuera de su escenario y su clarividente existencia sólo tenía sentido en la
plaza. La metáfora que alberga la tauromaquia es perfecta para expresar lo que
Liddell pretende, porque toma del torero su sentido espiritual. Ella dice: “El
teatro, desprovisto de Dios, de inspiración, de rito, no vale nada. El teatro,
como el toreo para el matador, se erige en un ejercicio espiritual donde es
preciso incluso olvidarse de tener cuerpo”. He ahí la renuncia terrenal que
está también en Tristán e Isolda, de Wagner, la música que mejor acompaña
este baile eterno entre Eros y Tánatos.
Velasco,
Tulsa, Boronat, Albet, Borràs, Baos y Goiricelaya
Si con el apoyo del
Festival de Otoño fue posible uno de los montajes más celebrados de María
Velasco, Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra, ahora la
autora y directora burgalesa vivirá otro estreno absoluto con Amadora (Teatros
del Canal, 11 y 12 de noviembre, y Real Coliseo de Carlos III - San Lorenzo de
El Escorial, 18 de noviembre), una obra que surge al alimón con Miren Iza,
alma del grupo musical Tulsa. Voces fronterizas ambas, cada una en lo suyo, han
unido talentos y esfuerzos para alumbrar un montaje que ni es teatro ni es
concierto y que habla de las madres. Son canciones compuestas por Miren y
textos escritos por María, en una propuesta abierta donde conviven músicas con
monólogos, espacios sonoros con diálogos, acciones con atmósferas, poniendo “el
foco en aquellas mujeres atrapadas en lo invisible, universalmente necesitadas
e ignoradas, que reclaman de manera indirecta, con dolores, tensiones y
ansiedad, el respeto que se les ha negado”, explican ellas.
Saltamos a Cataluña,
desde donde vamos a recibir dos potencias escénicas distintas y complementarias
a la vez. De un lado, Albert Boronat (en los últimos años muy unido
a Andrés Lima, con quien ha llevado adelante las dramaturgias de Shock o Prostitución),
que presenta uno de esos proyectos genuinamente festivaleros: Una casa en la montaña (Círculo
de Bellas Artes, 11 y 12 de noviembre). Se trata de un encuentro entre un
dramaturgo-director (Boronat), dos actores (Torrecilla y Javier
Beltrán) y 20 personas que conforman un público, aunque más bien podría
considerarse un grupo de invitados que se reúnen en una mesa para compartir
comida, bebida y compañía y para convocar el gesto más esencial y ancestral del
teatro: contar historias. En este caso es la historia de dos hombres y una
solitaria casa en medio de la montaña.
Por otra parte, tenemos
a los eternos jóvenes del teatro catalán. Con ellos vamos a asistir a su
presunto último espectáculo como pareja artística. Nao Albet y Marcel
Borràs estrenan en Madrid De Nao Albet i Marcel Borràs,
un título de lo más egocéntrico (Teatro de La Abadía, 25 y 26 de noviembre). No
es una ofensa, es parte de la propuesta, que gira en torno precisamente al ego
artístico. Es probablemente el montaje más sencillo y más complicado a la vez
que han enfrentado. Ellos solos, sin aparataje escénico, frente al público,
para hacer realidad la fantasía que empezaron a tener al poco de empezar a
trabajar juntos: su separación. Un ritual que va más allá de la autoficción, de
desnudez absoluta, dando espacio a lo agradable y su contrario, a lo virtuoso y
a lo tóxico.
La dramaturgia española
no es singular, es plural, primero porque el estado tiene otras realidades
lingüísticas desde las que también se hace teatro, como es el caso del mallorquín.
Este año escucharemos esta variable del catalán gracias a la obra Les maleïdes,
de Sergio Baos, con producción del Teatro Principal de Palma y dirección
de Marga López (Sala Cuarta Pared, 24 y 25 de noviembre). Se trata de
un texto nacido de un impulso inconsciente, de compleja definición. Es un
cuento tragicómico. También una fábula de acción. Y una road movie teatral con
aromas del más hiperbólico Lars Von Trier y algo de Hitchcock. Un relato sobre
el mito cristiano. Una obra de aventuras. Una comedia gamberra. Una coctelera
formal sin barreras que reverencia a los clásicos desde la posmodernidad. Todo
eso y puede que más.
Y desde el País Vasco
llega la compañía La dramática errante, que este año ganaba el Premio Max
a la Mejor Adaptación por esta Yerma que
veremos en el Teatro Municipal de Coslada (18 de noviembre) y en el Teatro José
María Rodero de Torrejón de Ardoz (19 de noviembre). María Goiricelaya es la
dramaturga y directora de esta tentativa sobre la obra de Lorca, dialogando
desde el presente con ella desde el respeto, la honestidad y la verdad. En su
versión, la protagonista es una artista bilbaína y su marido un exitoso hombre
de negocios.
También consolidados
como compañía especialmente dedicada al llamado teatro de acción social, La
Rueda llega a Madrid capital (Centro Cultural Paco Rabal, 26 de noviembre)
y provincia (Parla, Arganda del Rey y Fuenlabrada) con Quiero colapsar a tu lado,
un montaje dirigido por la siempre interesante Rakel Camacho sobre el
cambio climático y la crisis ecosocial, que vive en nuestras casas como un
elefante que crece y crece sin control pero que seguimos empeñados en no mirar
de frente. Una tragicomedia sobre el frágil momento de nuestro planeta.
Lobato&Rojas,
Alberto Cortés, Teatro de Los Invisibles, El Patio y Macarena Recuerda.
Siempre a la escucha
también de lo brota y marca el presente y el futuro de nuestra escena, el
Festival de Otoño concita este año a varias creadoras sumamente interesantes
cuyas poéticas diversas aportan riqueza y variedad a estas dos semanas y media
de intensa actividad escénica en Madrid.
Empezando por Lobato&Rojas,
que se acercan ya a su consolidación definitiva después de pasar por la muestra
Surge Madrid con sus dos propuestas anteriores. En el Festival de Otoño van a
vivir este año el estreno absoluto de Sodoma (Sala
Mirador, 16 y 17 de noviembre), con dramaturgia de Julio Rojas y
dirección de Aarón Lobato, una pareja que apuesta por un teatro que trata
cuestiones como la alteridad, la identidad, el género y la
transdisciplinariedad. Relato identitario de un niño nacido en el tiempo en el
que algunos pensadores certificaron el fin de la Historia, se mira el presente
bajo la etiqueta del millennial en un mundo que encabalga crisis tras
crisis, económica, política, sanitaria, medioambiental, y que parece abocado a
algún tipo de apocalipsis que se transmitirá en streaming.
También camino de la
consolidación, si no está ya ahí, el creador malagueño Alberto Cortés estará
en esta edición del Festival de Otoño de una manera alternativa, no con el
estreno de un espectáculo sino con una invitación a la Apertura de proceso: actos 1 y 2,
es decir, una oportunidad para que el público interesado en su trabajo pueda
asistir a una sesión de trabajo de lo que será esa nueva pieza a estrenar en un
futuro próximo, para luego poder darle feedback y completar con su presencia la
prueba de ideas y razones para la existencia de una obra artística. Será en los
Teatros del Canal el 15 de noviembre.
Como resultado,
nuevamente, de la colaboración con la muestra Surge Madrid, organizada también
por la Comunidad de Madrid, llega este año al Festival de Otoño una obra muy
interesante para pensar con urgencia y compromiso sobre las sombras de la
atención psiquiátrica en España. Se trata de Contención mecánica,
de la compañía Teatro de los invisibles (Teatro del Barrio,10 y 11 de
noviembre), una pieza cuya dramaturgia y dirección firma Zaida
Alonso que habla de esa infame práctica a la que se somete a personas
diagnosticadas con trastornos psíquicos, que sufren un tipo de vulneración de
sus derechos muy poco visible. Eso que eufemísticamente se llama contención
mecánica no es otra cosa que atar a una persona a una cama y medicarla hasta
desactivarla.
Finalmente, hablamos de
dos propuestas que están muy relacionadas con el trabajo con objetos y
materiales que adquieren nueva vida poética en escena. En el primer caso,
tenemos a El Patio Teatro, una compañía riojana que nos trae la deliciosa Entrañas (Espacio
Abierto Quinta de los Molinos, 25 y 26 de noviembre), a la que podremos asistir
en familia para aprender sobre la alucinante anatomía humana. Por otro lado,
Réplika Teatro acoge, los días 18 y 19 de noviembre, Cosa. Intervenir un cuerpo,
de Macarena Recuerda Shepherd (nombre artístico de Lidia Zoilo).
La pieza consta de dos partes: la primera es un trabajo de cuerpo y la segunda
de escenografía, denominada coreografía de objetos, donde una serie de
materiales se despliegan ante los ojos del público como cuerpos desplazados a
través del espacio. Movimiento, aparición, tramoya, despliegue… danza, al fin,
intervenida también por un trabajo de iluminación (que firma George Marinov)
que altera las perspectivas al desplazar las sombras y crear nuevos volúmenes.
Una sugerente invitación a mirar con ojos nuevos y sentir no desde la palabra o
la emoción, sino desde la materia.