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lunes, 2 de diciembre de 2013

ÉRASE UNA VEZ.... UN CUENTO NAVIDEÑO


Un año más llega la Navidad y como ya viene siendo tradición en el blog, os relato un cuento. En esta ocasión me he dejado llevar por la imaginación, y me he sumergido en el mundo de los más pequeños, aunque claro está, como todo cuento, tiene su moraleja y esa va destinada a los más adultos.
Espero sinceramente, sea de vuestro agrado.

Érase una vez en un pequeño pueblo, donde la nieve cubría las montañas, donde al llegar la noche las tímidas farolas intentaban competir con las estrellas  del firmamento, donde los caminos angostos sorteaban las casas, por su proximidad entre ellas; donde a través de las chimeneas el humo invitaba a recogerse en los hogares, donde los lugareños se cruzaban los unos con los otros, siempre saludándose, envueltos en sus ropajes rústicos de abrigo…

En uno de aquellos hogares vivía un niño, que mirando por el ventanal de su habitación, limpiando con la manga de su jersey de lana, parte del vaho que cubría el cristal, añoraba los días de verano, cuando podía pasar más horas en la calle jugando con sus amigos.

Divisaba a través de aquel círculo trazado al azar,  el gran árbol de Navidad que habían instalado en el centro de la plaza, pues su casa era una de las que creaban el entorno.

Árbol cubierto de grandes bolas, campanillas, figuras humanas, mitológicas y etéreas que los propios vecinos habían creado artesanalmente y entre ellas, ristras doradas y plateadas de diversos materiales, jugaban entre las ramas y las luces de colores que se iban encendido y apagando, como en pestañeos mágicos.

Creyó escuchar el tintineo de aquellas campanillas, tal vez provocado por el suave viento que cernía ligeramente el árbol. Creyó presenciar que aquellas figuras tenían movimientos propios y sonriendo, centrándose en una de ellas, la vio liberarse de la atadura y sentarse sobre una de aquellas ramas. Le observaba, sí, al igual que él estaba haciendo, aquella figura entre lo humano y mitológico, le estaba mirando fijamente, con una pierna sobre la otra y sus brazos cruzados.

El niño se separó del cristal y se frotó los ojos, volvió a pegarse al vidrio y en efecto, aquella figura continuaba en la misma posición.

El extraño personaje separó los brazos y con la mano derecha le invitó a que se acercara. El niño negó con la cabeza y la figura volvió a cruzar los brazos, mostrando en su rostro una mueca de enfado. El pequeño se rió y la figura lo imitó, volviendo a gesticular con la mano. Dudó. Se separó de la ventana, caminó por la habitación que se encontraba iluminada tímidamente por una lámpara que reposaba en una de las mesillas. En realidad, él debía estar ya en la cama, descansando. Suspiró, regresó a la ventana, y con un movimiento de su pequeña mano, le pidió a la figura que esperase.

            El pequeño se colocó su abrigo, botas, bufanda, gorro y guantes. Introdujo la almohada entre las mantas, imitando su cuerpo durmiendo y apagó la luz. Abrió la ventana, sintió el frío de la noche, pero la idea de conocer a aquel ser extraño, le seducía. Así, que como otras veces hiciera, descendió por la ventana hasta que su pie se acomodó en una gran piedra, y desde ella saltó al suelo. Sus botas se hundieron en la nieve. Sonrió y corrió hacia el árbol. El pequeño ser se deslizó entre las tiras doradas y plateadas, hasta llegar al suelo.

            - ¿Quién eres? – Preguntó el niño.

            - Alguien que se preguntaba por qué estabas tan triste.

            - Es que… En invierno no puedo jugar con los amigos tanto como desearía, porque anochece primero y hace mucho frío.

            - Agárrate a la cinta dorada – le pidió el personaje –, y cierra los ojos.

            El niño obedeció y sintió que volaba. Estuvo a punto de abrir los ojos y el personaje le rogó que no lo hiciera. Percibió que el frío desaparecía y que una luz intensa golpeaba sus párpados cerrados.

            -Ya puedes abrir los ojos.

            El niño lo hizo y el personaje admiro la cara de sorpresa del chico.

            Un mundo de mil colores se presentaba ante el pequeño, de formas caprichosas en constante movimiento y cambios físicos. Aún desde aquella altura, podía visualizar toboganes serpenteantes, atravesando tubos transparentes donde en su interior, una lluvia dorada y plateada caía sobre los niños, que reían a carcajadas.

            - ¡Son mis amigos!  ¡Mis amigos del cole!

            - Sí, todos están aquí.

            - ¿Puedo ir a jugar con ellos?

            - Claro. Dile a tu cinta dorada que te haga descender.

            El niño se lo pidió, y la cinta se onduló sobre su cuerpo y al cubrirle la cabeza, sus pies tocaron el suelo. Corrió hacia aquellas atracciones, hacia sus amigos que al verle llegar fueron a recibirle. Jugaron durante largo tiempo. Rieron y se internaron en túneles que parecían no tener final. Se balancearon en columpios donde la brisa les elevaba tan altos como cada uno deseó. Saltaron sobre charcos donde el agua al contacto con ellos, desaparecía. Treparon por lianas de caramelo. Galoparon a lomos de lápices de colores y con cada movimiento, dibujaban figuras en el espacio. Ascendieron por escaleras, provocando notas musicales en cada uno de sus pasos. Botaron en colchonetas de algodón dulce. Atravesaron libros donde vivieron las aventuras junto a sus personajes favoritos. Coches de policía, camiones de bomberos, balones, y un sinfín de juguetes, aparecían en su camino, para que sus sueños se hicieran realidad. Todo, todo cuando buscaban para divertirse, estaba a su alcance.

            Los niños sintieron el cansancio en sus cuerpos, pasado el tiempo, y por su propio deseo, fueron desapareciendo del lugar. Pronto el pequeño se encontró solo, miró a su alrededor, allí continuaban todos los juguetes, cada uno de sus deseos y los de sus compañeros, pero ellos ya no estaban. El extraño personaje, se le acercó.

            - ¿Qué sucede?

            - Quiero regresar a casa. Mis amigos se han ido a las suyas. Estaban cansados

            - ¿Y tú?

            - También. Podremos volver otro día.

            - Siempre que tú quieras. Toma la cinta dorada y cierra los ojos.

            El niño así lo hizo y el pequeño ser, le miró y pensó: “Siempre que tú quieras podrás volver a este mundo de fantasía, pues este lugar está en esa parte del cerebro que estimula la imaginación, y en la de todos aquellos que aún creen en la ilusión.  Nunca te olvides de los sueños, los deseos y la fantasía, porque tal vez un día, sin tú pedirlo, uno de esos sueños, uno de esos deseos, algo que has imaginado y creías imposible, se puede realizar”

 
            La madre entró en el cuarto del niño, se había quedado dormido junto a la ventana. Sonrió, se acercó a él y le tomó entre sus brazos con cuidado de no despertarlo. Escuchó un tintineo, miró hacia la ventana, y por unos segundos, antes de introducir a su hijo en la cama, disfrutó de aquella imagen: Un manto blanco cubría el suelo y los tejados vecinos, el humo se fundía con el viento, las farolas creaban sombras que despertaban ensoñaciones, y en el centro, inmóvil pero lleno de luz, se encontraba aquel árbol de Navidad.

Javier Sedano

                                     FELIZ NAVIDAD Y PROSPERO 2014

 

jueves, 8 de diciembre de 2011

CUENTO DE NAVIDAD "EL"


Era una noche de invierno como otra cualquiera. Saliendo de mis clases nocturnas, con la carpeta bajo el brazo, la zamarra bien cerrada, el gorro calado hasta los ojos y los guantes protegiendo mis manos de la fría noche.
 
Mis botas iban dejando la muestra de mi existencia sobre el tapiz blanco que la acera presentaba. Había estado nevando todo el día y en aquellas horas, nadie paseaba por las calles y apenas circulaban coches.
 
Mientras me aproximaba al hogar, deseoso de sentir el calor de su interior, una espesa niebla comenzó a rodearlo todo. Una niebla que evitaba que viera apenas a unos 5 metros.
 
Las luces de las farolas traspasaban tímidamente entre la cortina blanca que se entendía en todas direcciones, creando formas fantasmagóricas que en la mente de cualquiera, por poco despierta que estuviera en aquella horas, podría imaginar mil formas, mil figuras e incluso algunas provocarte un sobresalto, al sentirla al lado.
 
No. No era una buena noche para caminar por la calle, pero aquellas clases, no me dejaban otra elección.
 
Intenté pensar en algo, para evitar el frío. Crear alguna historia que me mantuviera entretenido hasta llegar a casa, como solía hacer algunas veces; cuando de pronto, entre la niebla, creí ver una figura humana. Me sonreí, pensé en el juego de las luces entre la densa bruma y continué; pero en efecto, al llegar a su altura, aquella figura era real. Mediría algo más de dos metros, con lo que me sacaba una cabeza de altura. Vestía una gran túnica hasta los pies, los cuales llevaba descalzos, las mangas anchas cubrían sus manos y la amplia capucha, ocultaba su cabeza, dejando su rostro en sombra. Permanecía inmóvil, impidiéndome el paso. Me quedé quieto, sin saber que hacer por unos instantes. No parecía presentar ningún síntoma de querer violentarme, por lo que tras uno segundos, le pregunté:

- ¿Quién eres?

Aquella presencia no contestó.

- ¿Quieres algo de mí?
 
Levantó el brazo derecho, me señaló y luego se giró al mismo tiempo que lo hacía su brazo. Intuí que deseaba lo siguiera, y como en realidad emprendía el mismo camino que yo llevaba, acepté.

¿Quién era aquel personaje extraño, que no habló, que no se inmutaba, que tan sólo buscaba lo siguiera? Bajo aquella túnica se podía intuir un cuerpo masculino, al igual que en sus pies desnudos.
 
Mientras mis pensamientos, en aquellos segundos, iban dirigidos al extraño compañero, empezó a clarear y la niebla a disiparse. Me extrañó el fenómeno y más aún cuando de pronto percibo que mis pies no están tocando el suelo, sino que a cada paso que daba, era como si estuviese subiendo escalones en el espacio. ¿Qué me estaba pasando? Aquello no era normal, pero dejé de preguntarme cuando debajo de mí, se abrió un impresionante valle, de un verdor espectacular, coronado por un sol abrazador que liberó todo el frío de mi cuerpo destensándolo y relajándolo. Aquel sitio no se parecía en nada a ningún lugar que yo conociera.
 
En el lateral derecho del valle se avistaba un río y junto a la orilla, sobre un tronco de árbol seco, se encontraba un niño sentado tirando pequeña piedras al agua.
 
El personaje se detuvo y yo lo imité. Intenté mirar su rostro, pero me resultó imposible, la capucha lo cubría.

- ¿Por qué me has traído aquí?

El silencio fue la respuesta.

- ¿Quieres que baje?

Asintió con la cabeza y de nuevo elevó su brazo derecho, señalando al niño.
 
- No tengo ni idea que es lo que pretendes. Me señalas al niño y no sé cual es mi misión, si es que tengo una misión – moví la cabeza de lado a lado – Me estoy volviendo loco, todo esto es una paranoia provocada por el frío, esta vez mis pensamientos han ido demasiado lejos.

Giró su cabeza hacia mí y entonces vislumbré una amplia sonrisa que me tranquilizó.

- No me estoy volviendo loco ¿Verdad? ¿Quieres que baje y hable con el niño?

Afirmó con su cabeza.
 
- Está bien – Como en un impulso comencé a caminar y cada paso era un escalón invisible que me hacía descender, hasta que mis pies tocaron la tierna hierba.
 
Suspiré y anduve en dirección al niño. Éste se giró al sentirme llegar y sus ojos azules se iluminaron a la vez que me ofrecía una tierna sonrisa.

- ¿Has venido a jugar conmigo?

- Sí. He venido a jugar un rato contigo. ¿A qué quieres que juguemos?

- No lo sé – se encogió de hombros – A lo que tú quieras. Nunca juego con nadie salvo con mi mamá. No tengo amigos – miró mi carpeta de estudios - ¿Sabes dibujar?

- Sí, un poco.

- Podríamos jugar a dibujar. ¿Me enseñas como dibujas?
 
No lo dudé, me senté sobre la hierba, me quité el gorro y los guantes y desabroché la zamarra. Él se colocó al lado. Abrí la carpeta, tomé varios folios en blanco y mi lapicero. Los primeros dibujos eran casas sencillas, árboles, flores, todo aquello que se me ocurría. Cuando tuve terminado el dibujo de un perro, me miró, inclinando la cabeza ligeramente y levantando una de las cejas.

- Amigo, ¿los dibujos pueden tomar vida?

- ¿Cómo? – la pregunta me cogió desprevenido.

- Si los dibujos pueden cobrar vida. Quiero decir, si pueden salir del papel y jugar con ellos.
 
- No lo sé. Nunca he pensado en ello – me mantuve en silencio, llevando mi mirada de aquel pequeño al dibujo. Sonreí - ¿Quieres intentarlo?

- Sí – Contestó con una gran sonrisa y sus ojos se llenaron de vida.

- Pues adelante. Nada se pierde por intentarlo.
 
El niño cogió la hoja de papel y la dejó sobre la hierba frente a él. Acarició el dibujo y comenzó a llamar al perro sin dejar de acariciarlo. Ante mi asombro, aquel dibujo cobró sus tres dimensiones, se asentó sobre sus patas, movió el rabo y ladró al niño. El pequeño sonrió y se levantó, los dos comenzaron a corretear por todos lados. Los gritos del niño se perdían entre los ladridos de aquel perro que lo seguía. El pequeño cayó al suelo y el perro le lamió la cara. Aquel chaval lo abrazó y así permanecieron un buen rato. Miré hacia lo alto. Allí permanecía el extraño personaje, en la misma posición que lo había dejado. Presentí que mi empresa aún no había terminado, por lo que esperé. En realidad me sentía a gusto. Me desprendí de la zamarra y me tumbé mirando hacia el cielo. Un cielo azul, libre de nubes y con un gran astro que calentaba mi rostro. Aquel instante duró poco, pues el niño volvió a acercarse.
 
- ¡Amigo, amigo! – me gritó a la vez que fatigado se sentaba de nuevo en el suelo. El perro giró en derredor nuestro varias veces.

- ¿Qué quieres ahora? – le pregunté con ternura.

- Que me dibujes un amigo.

- ¿Un amigo?
 
- Sí. Un amigo con el que pueda jugar. Siempre estoy sólo. Aquí no hay niños y… - sus ojos brillaron – Me gustaría tener un amigo para estar acompañado. ¿Me dibujas un amigo? – Su voz se tornó dulce y mi corazón se encogió.

- Claro, te dibujaré un amigo.
 
No tuve la menor duda, saqué varios folios, los extendí sobre la hierba y comencé con el dibujo. Nunca había sido un buen dibujante y en aquel lugar me estaba sorprendiendo con la facilidad que las líneas, las formas, los gestos, cada parte de aquel cuerpo que estaba formando, tenía las proporciones exactas.
 
El pequeño de vez en cuando dejaba de observar el dibujo y yo de soslayo, contemplaba con una cierta satisfacción, que me miraba. Sonreía e intuía que sus ojos ya no estaban brillosos por las lágrimas que estuvieron a punto de brotar.

- Ya está. ¿Qué te parece?

- Me gusta mucho, pero…

- ¿Quieres que cobre vida como el perrito?

- Sí. Quiero un amigo de verdad, ya te lo he dicho. Quiero un amigo para compartir mis juegos y…
 
- Pues no le hagas esperar. Llámalo. Dile que lo necesitas – le alenté con mis palabras. Yo también deseaba que aquel dibujo formara parte de su entorno. No hay mayor tristeza que la soledad y aquel niño desprendía tanto cariño, tanta ternura, tanto amor que compartir…
 
El niño se colocó de nuevo frente al dibujo. Lo estuvo mirando en silencio. Sonreía y suspiraba. En aquel momento me hubiera gustado conocer sus pensamientos, pues estaba seguro que en aquel silencio existían palabras hacia lo dibujado en los folios. Acarició el rostro de aquel personaje:

- Te necesito amigo. No quiero estar sólo. Sal de ahí y ven conmigo. Quiero jugar contigo.
 
Esta vez no sucedió como en la primera ocasión, donde el perro cobró vida al instante de invocarlo. El niño me miró, sus ojos azules estaban empañados en lágrimas, mi corazón se revolvió en el interior.

- Llámalo de nuevo, tal vez esté dormido.
 
- Sí. Tal vez esté dormido y no me ha escuchado. Despierta amigo, no tengas miedo, junto a mí no te pasará nunca nada malo, te lo prometo, nos cuidaremos el uno al otro.
 
Aquellas palabras provocaron lágrimas en mis ojos, lágrimas que cayeron sobre el pecho del niño dibujado y ante mi asombro, la cabeza del dibujo se movió, sus brazos tomaron las tres dimensiones, ejerciendo el gesto de desperezarse y poco a poco, se fue levantando de la hoja quedándose sentado.

- ¡Tengo un amigo! ¡Tengo un amigo de verdad!

- Sí. La esperanza es lo último que se debe de perder, recuérdalo pequeño – le removí su cabello rubio en media melena – Sueña con que los deseos, si perseveras en ellos, los podrás lograr, aunque no todos los que desees. Lucha por todo aquello con lo que ansias para que la felicidad te rodee. Has deseado un amigo, algo muy hermoso – miré hacia lo alto, contemplando aquella figura – y un sueño como ese, no podía ser rechazado.

Los dos niños se levantaron, corrieron el uno tras el otro y aquel perro, también salido de un folio, ladró tras ellos. Entre juegos cayeron al suelo y el perro saltaba por encima de los niños mientras éstos reían a carcajadas. Cerré los ojos y me tumbé, suspiré, deseé quedarme en aquel lugar; se respiraba paz, tranquilidad, pero sabía que debía regresar. No era mi lugar.

Me incorporé, guardé todo en mi carpeta y me levanté. Miré hacia lo alto y comencé mi camino, un camino que me alejaba de un valle maravilloso, internándome de nuevo entre la niebla, percibiendo de nuevo el frío de la noche, creándose de nuevo las huellas sobre la nieve, pero ya libre de la niebla. Pensé en que todo había sido producto de la imaginación, una ensoñación entre la niebla, la nieve y el frío. Sonreí. Frente a mí se encontraba el bloque de edificios donde estaba mi casa. Saqué las llaves y tras subir las escaleras del primer piso, abrí la puerta. Una oleada de calor azotó con fuerza mi rostro, los sonidos del interior invadieron mis oídos y el olor a la cena preparada por mi madre colmaron el resto de los sentidos. Tras los saludos me dirigí a la habitación, me liberé de la zamarra y al dejar la carpeta sobre la mesa escritorio, cayó un pequeño trozo de papel. Sonreí al leerlo: Gracias amigo, buelbe pronto. La simpática falta de ortografía provocó una lágrima de felicidad.

Tras la cena regresé a la habitación, me senté en la silla frente a la mesa y mientras sacaba la tarea a realizar, mi mirada se dirigió a la ventana. La noche estaba estrellada, y en la luz de aquellas estrellas recordé a aquel pequeño y a Él. Al personaje que durante el camino me había guiado para hacer feliz a un niño. No me dijo su nombre, no me habló, simplemente me guió y yo me dejé llevar.

En el silencio de la noche, en el recogimiento del hogar, sólo un pensamiento brotó: Te estaré esperando siempre que me necesites y mientras tanto, recordaré lo vivido esta noche.

                                                       ************

A todos aquellos que en algún momento han perdido la esperanza, donde sus sueños se han visto truncados, donde la vida les ha puesto tantas zancadillas. Recordad que el destino es juguetón, y aunque en ocasiones nos pueda parecer duro, no lo es. Todo tiene un sentido en el camino que emprendemos un día, hasta que ese viaje se completa.

FELIZ NAVIDAD A TODOS Y PROSPERO 2012