Hace ya 13 años hice el camino hasta la Catedral de
Santiago. Llegue la víspera, agotado pero feliz, y al día siguiente pude dar el
abrazo al Santo.
Sí, muchos sabéis que no me considero católico, por todo lo
que la iglesia representa, pero sí soy cristiano y lo que me une a Santiago, es
un tema muy personal. Tengo verdadera devoción al santo y si un día puedo, de
nuevo, calzaría mis botas, sujetaría mi mochila a la espalda y volvería a ese
camino lleno de misterios y donde uno aprende a conocerse un poco más.
No es sólo un camino de devoción, como muchos pueden
pensar, es un camino de aprendizaje, de descubrimiento, pues en dicho camino,
en esos senderos, subiendo y bajando montañas, sorteando todo tipo de obstáculos,
en la soledad que uno mismo buscar, como fue mi caso en tantas ocasiones,
aprende a conocer sus posibilidades y la fuerza que albergamos en nuestro
interior.
Aquellos días aprendí mucho, algo que no esperaba vivir, y al entrar a la catedral,
aquel 25 de Julio de 1999, último año compostelano del siglo, mis ojos se
llenaron de lágrimas de felicidad. Lágrimas que ardían al caer por el rostro, y mientras traspasaba aquel pasillo central, lugar por el que todo peregrino debe caminar como ritual, con paso lento, pensaba que por fin me reencontraría, después de los días vividos, con un amigo que me había
demostrado años antes que me había escuchado en su silencio y demostrando
tantas cosas con sus actos.
Gracias Santiago por todo lo que me has ofrecido a
lo largo de la vida, desde aquel año 1981 en que nos vimos por primera vez.
Siempre te llevaré colgado y pegado a mi pecho y en mi corazón.
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