Ayer sentí, después de muchos años, la Semana Santa y la magia que provoca
en las calles por donde desfila.
Ayer sentí la devoción y el calor de la gente ante el paso del Cristo de
los gitanos y María Santísima de las angustias, que habían salido a las 20:30
horas de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen y San Luis, en el pleno
corazón de Madrid.
Ayer sentí el esfuerzo de los costaleros que alzaban, paseaban y mecían a
las dos imágenes con sumo respeto y admiración, por parte de los centenares de
madrileños y visitantes que inundaban las calles del centro e iban siendo impregnadas con el olor a incienso.
Ayer sentí como aquellas dos tallas creadas por el imaginero hispalense
Ángel Rengel López, en 1996 parecían tomar vida y ante su paso,
percibir el recogimiento de todos cuantos desviaban su mirada a ambas imágenes.
Ayer sentí como la música de los tambores de la agrupación musical
Santa Marta y Sagrada Cena, además de la banda de la asociación músico cultural
La Lira de Pozuelo, era cuanto se escuchaba en el ambiente, pues nadie hablaba
ante el paso de aquel largo cortejo de
capas blancas, de la hermandad del Silencio y de los 150 nazarenos que
custodiaban tan insignes estampas.
Ayer, después de muchos años de no ver una procesión, sentí la fuerza y
la energía de una religión que aunque algunos de los que se llaman
representantes de la misma, han intentado oscurecer con sus hechos deplorables, sigue
palpitando en los corazones de miles de creyentes.
Ayer, ante las dos imágenes, simplemente me emocioné, tal vez contagiado
por el recogimiento de cuantos tenía a mi alrededor, hombres y mujeres de todas
las edades en completo silencio, o tal vez, porque aunque tantas veces he dicho que no creo en la
iglesia manipuladora, nunca he negado que no crea en Dios y sobre todo en quien
para mí, es un ejemplo de vida: Jesús de Nazaret.