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viernes, 21 de marzo de 2014

UN TIEMPO PARA MEDITAR, SUFRIR Y LUCHAR (CAPÍTULO III)


                           CAPÍTULO III

                  DÍA 4 DE ENERO (BIS)

            Dejé esta parte de la historia, para hoy,  porque en realidad la situación resultó tan surrealista, que la recuerdo como cómica. Aunque una mierda ¡Qué mal lo pasé!

            Llegué a casa, el dolor de todo el cuerpo se había centrado en un solo sitio, la nalga derecha. No sé qué me inyectaron, pero aquello ardía como si me hubieran marcado con un hierro candente.

            Decidí darme una ducha y comer algo, lo que pude tragar, porque me sentía muy flojo. Con el estómago medio complacido me dirigí a la habitación, me desprendí del albornoz y me introduje bajo el edredón, no sin antes poner la televisión. Sí, curiosamente no conecté el ordenador, no estaba para leer y mucho menos para intentar conversar o mantener un debate por Facebook, como en tantas ocasiones hago.

            Veía la televisión sin verla, la escuchaba sin hacer caso de lo que se decía, simplemente era una compañera en la soledad de la habitación, pero estaba bien, feliz, descansando y sin dolores, bueno, la nalga continuaba sufriendo el líquido inyectado. En algún momento determinado me quedé dormido y serían sobre las siete de la tarde cuando comenzó lo insospechado.

            Me desperté temblando, pensé que la calefacción se había apagado, pero no, estaba ardiendo; de pronto los temblores dieron paso a espasmos lo que provocaba dar botes bajo el edredón, edredón que se fue al carajo al poco rato de los golpes que le estaba propinando con las piernas. Sí, era como la niña del exorcista, sólo me faltaba decir aquello de: “¿Has visto lo que ha hecho la cochina de tu hija?” en vez de esa frase busqué el móvil para llamar a urgencias, pues estaba solo en casa, como el de la peli, pero sin poder hacer picias. Y ocurrió entonces que el móvil también parecía poseído, iba de un lado al otro de la cama y yo intentando atraparlo. Menos mal que el número de urgencia es el primero que tengo en la agenda. Llamo, espero, se pone una “dulce voz de mujer”

            -Urgencias, ¿dígame?

            -Verá, me he despertado y no sé qué me está pasando, pero no puedo controlar mi cuerpo, estoy dando botes encima de la cama - Todo eso con la voz temblorosa

            - ¿Está usted sólo?

            - No, estoy con la Orquesta Nacional y el Orfeón Donostiarra – Me dieron ganas de contestarla. Pues claro que estaba solo, sin poder sujetar el móvil y la voz quebrada. Por el contrario la contesté: “Sí, y le aseguro que me encuentro muy mal”

            - No le escucho muy bien, ¿tiene poca cobertura?

            - No señorita, es que el móvil está saltando de un lado para otro porque no puedo sujetarlo.

            - Está bien, tómese la temperatura.

            Odisea con el termómetro, menos mal que tengo uno en la mesilla de la habitación y menos mal que es de esos electrónicos. Consigo darle al pulsador, me lo pongo, suenan los pitidos y tras retirarlo miro la temperatura: 40,8 oC

            - Tengo 40,8 oC

            - Pues tiene usted un poco de fiebre - ¡Un poco!, ¡pero bueno, ¿cuánto es mucho para esa mujer?! – Tómese un Ibuprofeno y si en tres horas no le baja la temperatura, nos vuelve a llamar. En estos momentos no puede acudir nadie a su domicilio porque estamos colapsados – “Tres horas” –  Pensé mientras me tomaba el Ibuprofeno a pelo y sin agua, porque no era capaz de levantarme. Si tengo que estar tres horas con más de 40 grados de fiebre, sería un auténtico espécimen a tratar.

            Afortunadamente fue media hora mientras la pastillita mágica hizo su efecto. Media hora botando en la cama y sujetando el edredón como podía con las manos para que no volviera a salir volando. Por fin la agonía terminó y destrozado, agotado, molido, como si hubiera estado combatiendo en lucha libre con un ser invisible, me quedé dormido.

            Pasado el día, descubrí que en Madrid en efecto, ese fin de semana, estaba todo colapsado por los casos graves de gripe que estaba asolando la ciudad y toda España. Y  yo había superado la crisis, como un campeón J

            Una cosa muy importante que sí aprendí, es que si un día sentís esos síntomas y tras tomaros la temperatura veis que está subiendo a gran velocidad, Ibuprofeno para adentro, no es publicidad, os lo aseguro, es mano de santo. No me preguntéis que santo, pero lo es.

          Hasta mañana que continuaremos esta batalla campal.