CAPÍTULO XIV
MI COMPAÑERO DE HABITACIÓN
Creo que a nadie le gusta pasar unos
días en un hospital, por muy bien atendido que uno esté y sepa que es necesario
para ser curado, pero si hay que pasar por ese trance, todos buscamos que esa
estancia sea lo más agradable posible, y siempre, entre otras cuestiones, pensamos en nuestro compañero de habitación. Porque la estancia en un hospital se
limita al espacio reducido que comprende ese habitáculo con dos camas.
Pero Marcelo resultó ser un tipo
interesante, bastante silencioso, con un toque de “gruñón” que me hacía sonreír,
muy futbolero y con una familia… Una familia, que por lo que pude detectar en
esos días, era increíble, unida, respetuosa, tranquila, hogareña... Desde las
hijas, el hijo, la mujer e incluso el yerno y los nietos, que por cierto, un
niño y una niña encantadores y tranquilos. Sí, me encantó conocerlos a todos
ellos. Además me ayudaron en determinados momentos en que estuve solo, y se
preocupaban en los instantes de bajón que tenía, en algunas de aquellas tardes.
La mujer de Marcelo me trataba casi
como un hijo, me decía que no debía hablar mucho, que eso me fatigaba y no era
bueno para mi recuperación y más para pasar una noche tranquila; como ella sabía
que a mí me encantaba atender a todas mis visitas y lo de hablar no lo podía
controlar, me llegó a proponer que si me veía fatigado, podría decirles a mis
visitas que intentaran no agotarme, que no era bueno que hablase mucho. Acepté
sonriendo. Un momento tenso y desagradable en el que me vi arropado por aquella
mujer, fue una noche, cuando ya habíamos cenado. Había pasado un día malo, muy
mareado, con el estómago revuelto y nauseas. Fue en el instante en que acomodé
la cama para disponernos a ver un poco la tele antes de dormir, cuando de
repente sentí que algo se movía dentro de mí y en un segundo arrojé por la boca
todo lo que llevaba en el interior. Os podéis imaginar cómo quedó la cama.
Automáticamente ella, al ver que además yo estaba desorientado, se acercó, me
trajo una toalla y la palangana y me estuvo tranquilizando y limpiando hasta que llegaron
las enfermeras. Aquel momento y la forma en que me estuvo cuidando, no lo
olvidaré jamás.
Otro momento que recuerdo, aunque esta vez con una sonrisa, fue el día que a Marcelo y a mí
nos quitaron las sondas y que debíamos de orinar en las bacinillas, que ese día
no lo habíamos hecho. Nos "amenazaron" que si no orinábamos determinada cantidad,
nos volverían a poner la sonda. A Marcelo y a mí no nos gustó esa idea,
así que comenzamos a beber agua como locos. Como estábamos en cama, fue su hijo
quien iba y venía trayendo agua en nuestros botellines y animándonos a que orinásemos.
Él mismos nos retiraba las bacinillas e introducía el contenido en los botes
correspondientes. Sin duda, otro día para no olvidar, y cómo aquel joven con
total sencillez y sonriendo, no sólo atendió a su padre, sino a mí, animándonos
y diciendo quien iba ganando. “Marcelo, no nos vuelven a poner la sonda” le
comenté en un momento determinado. “Desde luego que a mí no” fue su respuesta
entre un esbozo de sonrisa.
Sí, todos resultaron encantadores, extraordinarios,
divertidos cuando lo creyeron oportuno, conversadores cuando la situación lo
requiso, respetuosos en todas las ocasiones, y familiares, hasta el punto que
creí necesario dedicarles estas palabras, aunque seguramente son pocas, por
todo lo que ellos se merecen. Mil gracias por ser como sois y deseo lo mejor
para vosotros y toda vuestra familia.