CAPÍTULO XVII
ANTES DE LO ESPERADO.
El cuarto día de estancia en el hospital y tras la visita
del especialista, nos comunican que posiblemente el domingo o el lunes nos
darían el alta. Sinceramente, ante aquellas palabas me sentí bastante
vulnerable. No me veía con fuerzas para
en un par de días abandonar las instalaciones, y valerme por mí mismo.
Me sentía débil, dolorido y aún tenía los tubos de drenaje. No dije nada, para
qué, dejaría que llegara el momento y ver la evolución.
Lo que estaba aprendiendo en aquellos días, o debería
decir, en aquellos meses, era que no debía precipitarme, no debía pensar más
allá del presente que estaba viviendo. Muchos eran los amigos que me estaban
dando ese consejo y que a mí me estaba costando asimilar. Siempre he pensado en
pasado, presente y futuro como si todo estuviera unido en uno mismo, y es
cierto, como algunas veces dicen algunos de mis personajes de ficción: "Cada
instante tiene su momento". Por lo tanto, dejaría que pasaran las horas y
comprobar como mi cuerpo evolucionaba, aunque en aquellos instantes me sintiera
tan perdido.
Sería ese mismo día, cuando me quitaron el primer tubo
de drenaje y cortaran el segundo de la maleta, aún sin quitármelo del costado,
cuando percibí un estado de evolución positivo. Sí, el poder levantarme con
libertad de la cama, caminar por los pasillos, sentarme sin la contrariedad de
los dichosos tubos… Todo confirió a mi mente un estado de bienestar y con libertad de moverme, aunque me marease por no poder comer lo que deseaba,
pues mi estómago, como ayer os conté, me estaba jugando una mala pasada. El domingo
me quitaron el último tuvo de drenaje y una nueva puerta de fortaleza se alzó. Sí,
estaba preparado para salir el lunes si así lo requerían. Ese mismo domingo me bajaron a rayos para
hacerme unas placas de tórax y el lunes, pasadas las 10 de la mañana, mi
especialista me comunica que tengo el alta, que me puedo ir después de comer. ¿Comer?
Soñaba con esa palabra. Deseaba volver a comer como lo hacía siempre. Le
comuniqué a mi especialista el problema estomacal que tenía y me dijo que si en
unos días no se me pasaba, me realizarían alguna prueba, que tal vez, en algún instante, se hubiera provocado una hernia de hiato. Lo que me faltaba. Tras la
noticia, llamé a mi amiga Rosa y le dije que en cualquier momento podía irme, y
así fue, en cuanto ella salió de su trabajo, allí estaba yo, con la maleta, con
las cosillas que me habían regalado y con el deseo de abandonar la habitación,
y es que en realidad, como en casa, no se está en ningún lado, aunque se esté
solo prácticamente todo el día.
Atrás quedaban todos los recuerdos, los del primer día,
impaciente para que la operación se realizara y salir de ella. Los instantes
vividos en la UCI donde una paz especial me hizo sentir relajado y protegido. Los momentos duros de dolores que no los podía
controlar y tampoco quería abusar de calmantes. Las distintas situaciones
experimentadas con las visitas, aunque en alguna de las ocasiones no pude
atender por estar decaído. El recuerdo
de la familia de Marcelo. Caminando por aquel pasillo, una sonrisa se reflejó
en mi rostro y di las gracias a todas y cada una de las personas que me habían
estado atendiendo en aquellos días. Habían sido días duros, algunos instantes muy duros, pero ya habían pasado, ahora quedaba recuperarme poco a poco y con mucha paciencia, como todo el mundo me sugería.
Sí, un par de días antes no me creía en posición de salir
del hospital, y ahora, ahora estaba deseando ver la luz, sentir el viento en mi
rostro y acomodarme de nuevo en mi hogar.