Camino entre la gente, escucho la música de los villancicos sonar en el
ambiente. Las luces decoran árboles situados en plazas y cubren espacios de
parte a parte de las carreteras, por donde circulan los cientos de vehículos;
hace frío y comienza a nevar sobre la ciudad. Miro hacia arriba, algunos copos
se posan sobre la piel de mi rostro y me despiertan una pequeña sonrisa, al
sentir su cosquilleo. Sigo caminando y mis pasos me alejan de la ciudad, del
bullicio, de las luces de neón de comercios, de las canciones, de la multitud de
personas que abarrotan las aceras; todas ajenas a mí, todas sumergidas en sus
mundos, que nada tiene que ver con el
mío.
Camino por aquel sendero apenas iluminado con algunas farolas adosadas a
las pocas casas que me voy encontrando, no me importa que haya poca luz, no me
importa que no haya nadie cruzándose en mi camino, conozco mi destino. Un
escalofrío me provoca encogerme y ato hasta arriba mi zamarra para intentar mantener
el poco calor, que guarda mi cuerpo.
Algo me inquieta a mi derecha y al mirar contemplo una extraña luz en
medio de la nada. Mis ojos se van acostumbrando
y esbozo una sonrisa de sorpresa mientras admiro aquel extraño árbol. Su
tronco no es de madera, sus ramas se entrecruzan unas con otras, y sus hojas no son verdes, no
son marrones, no tienen color. Mientras me acerco descubro la naturaleza de su
materia, de aquella de lo que está compuesto. Es cristal, fino cristal
transparente y quebradizo como la nieve. Mis ojos se desvían al suelo, parece
estar plantado, parece como si estuviera vivo en su naturaleza muerta. No me
atrevo a tocarlo y como si él lo intuyera, una de sus hojas se desprende e
intuitivamente abro la mano para que caiga sobre ella. Su tacto resultaba
suave, cálido y la observo intrigado mientras mi rostro se refleja en ella.
Cada uno de mis gestos es atrapado por aquella hoja y al levantar la cabeza
frente a mí, me encuentro una gran escalera del mismo material. Miro a uno y
otro lado. No hay nadie, no hay nada, la
poca luz que llega hasta a mí, es casi inapreciable. En aquel espacio que cubre
el árbol y la escalera de la que no veo su final, irradia una extraña
iluminación en una blancura turbadora.
Poso el primer pie sobre el primer escalón, su pétrea masa aguanta mi
peso y cuando intento subir otro, me detiene la presencia de una proyección a
mi izquierda, donde van surgiendo aquellos hombres y mujeres que me enseñaron cuanto
sabían y de los cuales aprendí las diferentes disciplinas que en el
futuro necesitaría, para abrirme camino en la vida. Siento nostalgia de
aquellos pupitres, de aquel olor a tiza, de aquellos libros que a medida que yo
crecía ellos lo hacían conmigo, y doy las gracias a todos ellos, aunque por
supuesto no me escuchan, están en ese plano de mi mente, sentados sobre sus
sillas o escribiendo en las pizarras. La visión desaparece y un nuevo paso me
lleva al nuevo escalón, ahora las imágenes surgen a mi derecha y esbozo una
sonrisa al comprobar que no lo he aprendido todo, que aún sigo haciéndolo
aunque no esté en un colegio, un instituto o una universidad, aprendo con la
vida que me ofrece en cada despertar. Asiento con la cabeza y la imagen deja su
espacio a la oscuridad. Aquella escalera, a cada paso que doy, me ofrece
nuevas visiones del pasado.
No. Sé que no estoy muerto, lo que
me reconforta. El frío es intenso, el árbol de cristal queda abajo, viéndose
más pequeño a cada pisada que doy, a cada situación que percibo. Otro nuevo
paso y una nueva figuración a mi izquierda. Por ella desfilan las personas por
las que he sentido cierta predilección en mi vida, a los que he llamado amigos
y que por circunstancias del destino ya no están cerca de mí, algunos incluso
no pisan ya este planeta. Junto a ellos recorro aquellos tiempos y cuando mi mano intenta tocar a algunos de ellos, la visión se
desvanece; me resigno y subo otro escalón, ahora las imágenes se presentan a mi
derecha, son las nuevas amistades, las nuevas personas que entran cada día en
mi vida de una forma u otra y asiento, dándoles las gracias, pero como es de esperar, no me
responden, están viviendo sus vidas y yo sumergido en esta extraña experiencia sin
saber cómo y porqué. ¿Preguntas? Para
qué. La vida me ha enseñado que todo tiene una explicación y si no la tiene,
¿para qué preocuparse? ¿Para qué preguntarse nada? ¿Para qué intentar
comprender lo que estaba reviendo en aquellas imágenes a mi diestra y siniestra? ¿Era el Yin Yang de mi vida que deseaba mostrarme algo concreto? Había dicho que no me haría preguntas, pero
una vez hechas, no buscaré sus respuestas, no de momento.
Pompas de cristal fino flotan a mi izquierda en cuyo interior, alberga cada una de ellas, a
un familiar, a quienes un día entregaron su cuerpo a la tierra de la que todos
venimos, mientras a la derecha, se disponen los que aún viven, con quienes mantengo
contacto y con aquellos que he decidido no volver a hacerlo.
No. No siempre hay que decir sí a
la familia, eso también lo he aprendido con los años, pero aun así, les doy las gracias a quienes siguen flotando en las
diferentes burbujas. Las unas y las otras se juntan entre sí, emparentándose y
confirmando que para bien o para mal, todos forman parte de mí ser, de mi sangre.
Empiezo a sentirme agotado, me
duelen las piernas, más por el frío que las atenaza a cada paso, que por el
esfuerzo realizado; pero decido continuar y subir un nuevo peldaño. No me
muestra nada ni a un lado ni al otro sino al frente, donde un gran muro se
alza, un muro de ladrillo visto. Una desazón recorre mi ser al intuir qué guarda con tanto celo.
En el muro comienzan a surgir los trazos de palabras en un rojo carmín,
como si un graffers invisible estuviera junto a mí.
“Llegamos a la vida llorando, para
luego reír. Crecemos aprendiendo, para no olvidar. Enfermamos y sanamos. Amamos
y odiamos. Vivimos y soñamos… Todo rodeado de luz y oscuridad, del Sí o del NO.
En ti está la elección”
En mi cerebro brota una palabra: Gracias y el texto desaparece, para
surgir una última frase:
“Camina siempre hacia adelante sin
temor, no des nunca un paso atrás, pero jamás olvides a los tuyos, a quienes
forman parte de ti y a todo lo aprendido”
Cierro los ojos, respiro y al abrirlos ya no está la escalera, únicamente
el árbol de cristal al frente y la hoja que reposa en mi mano, la cual se
ilumina en ese preciso instante, surgiendo una voz cálida y femenina:
“Actúa
como crees debes hacerlo y deja que la intuición te empuje, cuando temas seguir
adelante. A todos en mayor o menor medida les pasa, por lo tanto no te
encierres en ti, no te abatas y ofrece a los demás esa sonrisa de la que
siempre has hecho gala. No tengas miedo”
La hoja abandona mi mano regresando
al árbol de cristal, tras de mi se abre la ciudad de la que me había alejado.
Sí, era tiempo de volver, era tiempo de demostrar que estamos aquí, por alguna
razón importante.
FELIZ NAVIDAD Y PROPERO AÑO 2016