Este fin de semana he estado
alejado del mundanal ruido. El motivo fue un encuentro. Un encuentro con amigos
que hace tan sólo unos meses, no pensaba encontrarme, al menos, con todos a la
vez.
La iniciativa de uno de ellos,
Agus, ha logrado que 14 personas que se fueron conociendo entre el año 1992
y el 93, se reencontrasen.
Algunos de ellos llevábamos casi
20 años sin vernos, y la mayor sorpresa que me llevé el sábado, es que además
de que ante mis ojos, apenas habían cambiado físicamente, fue que al comenzar a
conversar, lo hicimos como si hubiera pasado tan sólo un día.
El escenario fue: la sierra
madrileña, en Collado Mediano, en la casa de los padres de Rosa. Una casa que
se llenó de alegría, de felicidad desbordada por los pequeños que deseaban
disfrutar de la piscina, de todos nosotros mirándonos a los ojos, entre abrazos
y seguramente muchas lágrimas contenidas por lo emotivo del momento y entre
palabras que se habían quedado detenidas en el tiempo y que volvían a surgir de
forma espontánea.
Pasadas las primeras horas, en un
abrir y cerrar de ojos, las compras para la cena, todos unidos y organizados,
sin organización premeditada y tras la cena de los peques, en aquella terraza,
con una temperatura agradable, pero que seguramente desde nuestros corazones
desprendíamos con mayor fulgor, cenamos en convivencia. Hablando entre todos,
comentando mil momentos, no sólo del pasado, pues ya todos lo conocíamos, sino
del presente, de la sociedad, de lo que a nuestro alrededor se cernía y nos
preocupaba.
Llegó la hora de dormir, de
descansar, aunque nos costaba levantarnos y abandonar la conversación, pero al
día siguiente, todo volvió a cobrar magia. Ser despertado por los niños jugando
y gritando, es sentir el mejor de los despertadores. Las horas pasaron y el
regreso a la normalidad también.
Nos fuimos despidiendo, con una
promesa, continuar cada año celebrándolo. José Ignacio sugirió que el próximo
año fuera en Cantabria y al siguiente en Londres, pues Ana y Stuart viven allí.
Siempre he considerado que la
verdadera amistad, aunque se esté a cientos de kilómetros de distancia y en el
tiempo no nos podamos encontrar, en nuestro interior continúa latente, viva y
que tan sólo es necesaria una pequeña chispa para encender el gran fuego que
sin duda es la amistad y la comunicación.
Gracia a todos por ser como sois.
Por no haber cambiado, por mantener ese espíritu dentro de vosotros y
desprenderlo con la mirada y la sonrisa.
Os quiero a todos y a los que no
pudieron venir, emplazaros para la próxima quedada.
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