- Tras la muerte de Franco y el comienzo de la democracia, todos pensamos
que los fantasmas del pasado habían desaparecido, pero no fue así. Tú eras un
niño cuando la democracia sufrió un gran revés. Un día negro que ha quedado
para la historia de una joven democracia con aspiraciones a los sueños de
libertad: El 23-F.
Aquella tarde quedamos tras las clases y decidimos ir a ver
una película. No recuerdo el título. Al entrar al cine me sorprendió, que aún
siendo un día de labor, hubiera tan sólo una docena de personas en las
butacas. Terminó la proyección y salimos. Apenas había gente por las calles. Se
respiraba un ambiente extraño y la poca gente que nos encontrábamos en el
camino nos miraban. Nosotros no sabíamos a que era debido. Nos apeteció tomar
un refresco y al intentar entrar en uno de los bares habituales, comprobamos
que estaban recogiendo como si fuera la una de la madrugada, cuando en realidad
el reloj no marcaba más de las 20:30 horas. Uno de los camareros nos miró
intrigados.
- Está cerrado y vosotros deberíais estar en casa.
- ¿Por qué? ¿Qué sucede? – preguntó Luis.
- ¿Vosotros de dónde salís? ¿No sabéis que los militares han dado un
golpe de estado en el Congreso?
- ¡¿Cómo?! – pregunté
- Debéis de ser los únicos en toda España que no conocéis la noticia. Sí.
La guardia civil y los militares han dado un golpe de estado. Nadie sabe que va
a pasar. Hay mucha confusión sobre lo que está sucediendo allí dentro.
- ¡Hijos de puta! – Comentó Luis – Estos hijos de puta no nos quieren
dejar vivir en paz. ¿No hemos tenido bastante con la puta dictadura de estos
casi: 40 años?
- Mejor será que os vayáis a casa – intervino otro de los camareros en
tono nervioso, mirando hacia la puerta, mientras continuaba barriendo.
Nos dimos la vuelta y sentimos como la puerta se cerraba. Nos miramos.
Luis suspiró con fuerza:
- Vamos. Acerquémonos al Congreso de los Diputados. Veamos que sucede.
- Tú estás loco. Vamos a casa. Quédate si quieres esta noche en la mía.
Si te soy sincero, no me apetece quedarme solo.
- Nos acercamos, como si estuviéramos dando un paseo.
- Está bien - suspiré – Pero creo
que es una mala idea.
Mientras caminábamos, debo de reconocer que estaba cagado de miedo,
veíamos algunos viandantes con radios pegadas a sus oídos. No nos atrevimos a
preguntar. Sus caras permanecían tan congestionadas que una sola palabra podía
provocar el terror en ellos. Poco antes de llegar al Congreso de los diputados
nos encontramos con un grupo de jóvenes que regresaban del lugar. Uno de ellos
conocía a Luis.
- ¿Qué está pasando? - preguntó
Luis.
- Mejor será que os deis la vuelta. La cosa se está poniendo fea. Cada
vez hay más guardias civiles y militares alrededor del congreso.
- ¿Cómo ha sucedido? – Pregunté mientras les hacíamos caso dándonos la
vuelta.
- Por lo visto, mientras se estaba votando para la envestidura de
Calvo-Sotelo, como Presidente del Gobierno, han entrado unos guardias civiles y
se han liado a disparar al techo. El cabecilla es: El Teniente Coronel Antonio
Tejero.
- Entonces… ¿Es cierto? ¿Es un golpe de estado? – pregunté mientras me
temblaban las palabras.
- Sí, tío. Me temo que la democracia tan soñada, ha sido sólo eso: un
sueño.
- No puede ser – intervino Luis – No se pueden salir con la suya. Es
imposible. ¿Para qué han servido entonces todos estos años?
- Para que estos hijos de puta preparasen bien su estrategia – respondió
otro de los chicos – Adiós a la democracia y a la libertad.
- ¿Qué hace el Rey?
- No se sabe nada. Pero mejor será que cada uno esté en su casa. Si esta
mierda continua, mañana puede ser un día muy gris.
Nos despedimos y Luis decidió quedarse a dormir en casa. Nada más entrar
llamó a sus padres para tranquilizarles de que estaba bien y yo hice lo mismo
con los míos. Les prometimos, como creo que todo el mundo prometió en aquella
noche, que no saldríamos de casa. Tanto sus padres como los míos nos preguntaron
si teníamos comida suficiente. Yo les dije a los míos que sí y Luis que
no se preocupasen, que estaba en casa de un amigo y si necesitaba algo, les
llamaría.
El resto de la historia creo que ya la conoces. Aquella noche, nadie
durmió tranquilo y una gran mayoría se quedaron pegados al televisor o al
aparato de radio. Aquella noche se denominó “la noche de los transistores” y
las pocas noticias que se iban filtrando fueron gracias a la Cadena Ser, que
no dejó de emitir. De vez en cuando dejábamos de ver la televisión que
emitía constantemente películas y nos asomábamos a la ventana para fumar un
cigarrillo. Muchas ventanas, como la mía, se encontraban iluminadas. Muchos
permanecían despiertos. Muchos con las mentes bloqueadas y los sentimientos
encadenados. Nos estaban quitando la libertad un puñado de intransigentes que
no admitían los cambios, deseando que el pueblo español permaneciera en las
sombras, dominados: por un nuevo régimen dictatorial.
Luis y yo intentábamos no pensar más de lo necesario, pero era difícil no
hacerlo en aquella situación. Nos dio por comer, y estuvimos preparando incluso
un bizcocho. Fue en aquella hora, sobre la una de la madrugada, cuando apareció
el Rey en televisión, vestía el uniforme de Capitán General de los Ejércitos y
en su discurso llamó al orden a las Fuerzas Armadas en su calidad de Comandante
en Jefe. Cuando la imagen del Rey desapareció de antena, Luis y yo nos miramos
y nos abrazamos con fuerza.
- Presiento que todo ha pasado – comentó Luis.
- Sí. Creo que le harán caso. El Rey tiene mucho poder.
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