Un año más llega la Navidad y como ya viene siendo tradición en el blog, os relato un cuento. En esta ocasión me he dejado llevar por la imaginación, y me he sumergido en el mundo de los más pequeños, aunque claro está, como todo cuento, tiene su moraleja y esa va destinada a los más adultos.
Espero sinceramente, sea de vuestro agrado.
Érase una vez en un pequeño pueblo, donde la nieve cubría las montañas, donde al llegar la noche las tímidas farolas intentaban competir con las estrellas del firmamento, donde los caminos angostos sorteaban las casas, por su proximidad entre ellas; donde a través de las chimeneas el humo invitaba a recogerse en los hogares, donde los lugareños se cruzaban los unos con los otros, siempre saludándose, envueltos en sus ropajes rústicos de abrigo…
Espero sinceramente, sea de vuestro agrado.
Érase una vez en un pequeño pueblo, donde la nieve cubría las montañas, donde al llegar la noche las tímidas farolas intentaban competir con las estrellas del firmamento, donde los caminos angostos sorteaban las casas, por su proximidad entre ellas; donde a través de las chimeneas el humo invitaba a recogerse en los hogares, donde los lugareños se cruzaban los unos con los otros, siempre saludándose, envueltos en sus ropajes rústicos de abrigo…
En uno de aquellos hogares
vivía un niño, que mirando por el ventanal de su habitación, limpiando con la
manga de su jersey de lana, parte del vaho que cubría el cristal, añoraba los
días de verano, cuando podía pasar más horas en la calle jugando con sus
amigos.
Divisaba a través de aquel
círculo trazado al azar, el gran árbol
de Navidad que habían instalado en el centro de la plaza, pues su casa era una
de las que creaban el entorno.
Árbol cubierto de grandes
bolas, campanillas, figuras humanas, mitológicas y etéreas que los propios vecinos habían
creado artesanalmente y entre ellas, ristras doradas y plateadas de diversos
materiales, jugaban entre las ramas y las luces de colores que se iban
encendido y apagando, como en pestañeos mágicos.
Creyó escuchar el tintineo
de aquellas campanillas, tal vez provocado por el suave viento que cernía
ligeramente el árbol. Creyó presenciar que aquellas figuras tenían movimientos
propios y sonriendo, centrándose en una de ellas, la vio liberarse de la
atadura y sentarse sobre una de aquellas ramas. Le observaba, sí, al igual que
él estaba haciendo, aquella figura entre lo humano y mitológico, le estaba
mirando fijamente, con una pierna sobre la otra y sus brazos cruzados.
El niño se separó del cristal y se frotó los ojos, volvió a pegarse al vidrio y en efecto, aquella figura continuaba en la misma posición.
El niño se separó del cristal y se frotó los ojos, volvió a pegarse al vidrio y en efecto, aquella figura continuaba en la misma posición.
El extraño personaje separó
los brazos y con la mano derecha le invitó a que se acercara. El niño negó con
la cabeza y la figura volvió a cruzar los brazos, mostrando en su rostro una
mueca de enfado. El pequeño se rió y la figura lo imitó, volviendo a gesticular
con la mano. Dudó. Se separó de la ventana, caminó por la habitación
que se encontraba iluminada tímidamente por una lámpara que reposaba en una de
las mesillas. En realidad, él debía estar ya en la cama, descansando. Suspiró,
regresó a la ventana, y con un movimiento de su pequeña mano, le pidió a la
figura que esperase.
El
pequeño se colocó su abrigo, botas, bufanda, gorro y guantes. Introdujo la
almohada entre las mantas, imitando su cuerpo durmiendo y apagó la luz. Abrió
la ventana, sintió el frío de la noche, pero la idea de conocer a aquel ser
extraño, le seducía. Así, que como otras veces hiciera, descendió por la
ventana hasta que su pie se acomodó en una gran piedra, y desde ella saltó al
suelo. Sus botas se hundieron en la nieve. Sonrió y corrió hacia el árbol. El
pequeño ser se deslizó entre las tiras doradas y plateadas, hasta llegar al
suelo.
-
¿Quién eres? – Preguntó el niño.
-
Alguien que se preguntaba por qué estabas tan triste.
-
Es que… En invierno no puedo jugar con los amigos tanto como desearía, porque anochece primero y
hace mucho frío.
-
Agárrate a la cinta dorada – le pidió el personaje –, y cierra los ojos.
El
niño obedeció y sintió que volaba. Estuvo a punto de abrir los ojos y el
personaje le rogó que no lo hiciera. Percibió que el frío desaparecía y que una
luz intensa golpeaba sus párpados cerrados.
-Ya
puedes abrir los ojos.
El
niño lo hizo y el personaje admiro la cara de sorpresa del chico.
Un
mundo de mil colores se presentaba ante el pequeño, de formas caprichosas en
constante movimiento y cambios físicos. Aún desde aquella altura, podía
visualizar toboganes serpenteantes, atravesando tubos transparentes donde en su
interior, una lluvia dorada y plateada caía sobre los niños, que reían a
carcajadas.
-
¡Son mis amigos! ¡Mis amigos del cole!
-
Sí, todos están aquí.
-
¿Puedo ir a jugar con ellos?
-
Claro. Dile a tu cinta dorada que te haga descender.
El
niño se lo pidió, y la cinta se onduló sobre su cuerpo y al cubrirle la cabeza,
sus pies tocaron el suelo. Corrió hacia aquellas atracciones, hacia sus amigos
que al verle llegar fueron a recibirle. Jugaron durante largo tiempo. Rieron y
se internaron en túneles que parecían no tener final. Se balancearon en
columpios donde la brisa les elevaba tan altos como cada uno deseó. Saltaron
sobre charcos donde el agua al contacto con ellos, desaparecía. Treparon por
lianas de caramelo. Galoparon a lomos de lápices de colores y con cada
movimiento, dibujaban figuras en el espacio. Ascendieron por escaleras, provocando
notas musicales en cada uno de sus pasos. Botaron en colchonetas de algodón dulce. Atravesaron
libros donde vivieron las aventuras junto a sus personajes favoritos. Coches de
policía, camiones de bomberos, balones, y un sinfín de juguetes, aparecían en
su camino, para que sus sueños se hicieran realidad. Todo, todo cuando buscaban
para divertirse, estaba a su alcance.
Los
niños sintieron el cansancio en sus cuerpos, pasado el tiempo, y por su propio deseo, fueron
desapareciendo del lugar. Pronto el pequeño se encontró solo, miró a su
alrededor, allí continuaban todos los juguetes, cada uno de sus deseos y los de
sus compañeros, pero ellos ya no estaban. El extraño personaje, se le acercó.
-
¿Qué sucede?
-
Quiero regresar a casa. Mis amigos se han ido a las suyas. Estaban cansados
-
¿Y tú?
-
También. Podremos volver otro día.
-
Siempre que tú quieras. Toma la cinta dorada y cierra los ojos.
El
niño así lo hizo y el pequeño ser, le miró y pensó: “Siempre que tú quieras
podrás volver a este mundo de fantasía, pues este lugar está en esa parte del cerebro que
estimula la imaginación, y en la de todos aquellos que aún creen en la
ilusión. Nunca te olvides de los sueños,
los deseos y la fantasía, porque tal vez un día, sin tú pedirlo, uno de esos
sueños, uno de esos deseos, algo que has imaginado y creías imposible, se puede
realizar”
La
madre entró en el cuarto del niño, se había quedado dormido junto a la ventana.
Sonrió, se acercó a él y le tomó entre sus brazos con cuidado de no
despertarlo. Escuchó un tintineo, miró hacia la ventana, y por unos segundos,
antes de introducir a su hijo en la cama, disfrutó de aquella imagen: Un manto
blanco cubría el suelo y los tejados vecinos, el humo se fundía con el viento,
las farolas creaban sombras que despertaban ensoñaciones, y en el centro,
inmóvil pero lleno de luz, se encontraba aquel árbol de Navidad.
Javier Sedano
FELIZ NAVIDAD Y PROSPERO 2014
Javier Sedano
FELIZ NAVIDAD Y PROSPERO 2014
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