Hola de nuevo a todos, y bienvenidos al primero de los capítulos. Lo he titulado: LOS INICIOS (I) y es que os quiero contar como me inicié en el mundo del cigarrillo. Seguramente de forma muy similar a algunos de vosotros, pero he creído que es una buena manera de empezar, sobre todo para ellos que aún no han cogido un cigarro entre sus manos y lo están pensando.
Como suele
suceder, cuando alguien adquiere una costumbre o vicio, no es consciente de
ello. Normalmente es un gesto sin importancia que al ser repetido se convierte
en hábito.
Normalmente se
comienza a fumar con la adolescencia, el motivo principal es porque a través de
los tiempos siempre han existido dos palabras asociadas, sobre todo en los
varones TABACO = HOMBRE. Y los
adolescentes si algo quieren dejar atrás cuanto antes es su inocencia, su niñez
y presentarse ante el mundo, sus amigos y amigas como un hombre. Su voz cambia
a más grave. Su cuerpo se va transformando, apareciendo las formas en su
anatomía. Comienza a salirle el vello en
las piernas, axilas e incluso el bigote. En definitiva, en su evolución se ve
de una manera u otra, reflejo de su padre o de las personas mayores que le
rodean, y ¿qué es lo que un niño ve en sus mayores con más frecuencia? Sí, el
uso del cigarrillo. Ese objeto está durante las comidas y cenas, en los
momentos en que sus padres se sientan para descansar, en aquellas ocasiones en
que se reúnen con otros familiares y los unos se ofrecen a otro ese cilindro
sacado de una caja de cartón… El cigarrillo en el subconsciente del niño está
asociado a lo social, a la comunicación entre los de su especie, y sobre todo y
muy importante, en esa edad que ellos quieren alcanzar y sentirse como tal: Un
hombre.
A partir de ese
momento el joven adolescente irá hurtando algún que otro cigarro de la caja de
sus padres, o pedirá a sus amigos más mayores, o incluso comprará a quienes aún
los siguen vendiendo por unidades, pues
aún no pueden comprar por ellos mismos sus primeras cajetillas y mucho menos si
las obtuvieran, llevarlas a casa y ser descubiertos por sus padre. Luego a
escondidas, o en pequeños grupos con sus amigos, fumarán sus primeros cigarros.
Para ellos ese
cigarro es un paso más hacia la madurez. Cuán equivocados estamos, y todo por
no tener una educación a su tiempo con respeto al uso de tal elemento y ser
avisados de los perjuicios que conlleva, aunque claro, aunque nuestros padres
nos digan que no se debe fumar, ¿cómo les vamos a hacer caso si ellos lo hacen?
LOS PADRES SON UN EJEMPLO PARA LOS HIJOS, QUIERAN RECONOCERLO O NO SUS PROGENITORES. Por tal motivo, si un padre quiere fumar, que lo haga libremente, pero
jamás delante de sus hijos y menos en el periodo de la infancia y adolescencia.
Simplemente es un consejo.
Pues bien,
aunque había tonteado en ese periodo de la adolescencia e incluso había fumado
algún que otro porro de costo con los amigos, aquella práctica no me gustaba y
siempre un pensamiento golpeaba en mi cerebro. Al menos hazlo delante de los
amigos, así demostrarás que te estás haciendo un hombre. Debía hacerlo delante
de ellos. Y así sucedió durante un
tiempo, hasta que el destino me puso en el camino amigos que no tocaban un
cigarro ni de lejos y me olvidé de aquel cilindro humeante. No tenía la necesidad ni de fingir, ni
de llevarme aquello a la boca que no me provocaba ningún estímulo de
satisfacción. ¡Cómo cambiaría todo
pasados unos pocos años!
Dicen y yo
afirmo que el tabaco, a quien lo ha probado, le perseguirá toda la vida y es
algo que quien lleva más de 20 años sin fumar, así lo atestiguan. Ese veneno se
mete en nuestros cerebros apoderándose para siempre de ese espacio. Pero
nosotros, amigos, debemos ser conscientes, que tenemos el control y el poder
sobre todo nuestro cuerpo y que ese control y poder se lo transmitimos al
cerebro, y él obediente apoyará nuestra decisión, si ésta es firme.
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