Ayer fue el día de la música, y
como me ha sucedido con otros días dedicados a otras causas o profesiones, creo
que el día de la música deberían ser todos.
Cuando escuché la primera vez a
uno de mis amigos de música clásica la frase: “He leído la partitura y me ha resultado…” reconozco me dejó un poco descolocado, luego
me explicó tras preguntarle, que desde el pentagrama, las diversas claves, pasando por cada una de las notas y sin
olvidar los tiempos, compases, pausas... Todo forma una estructura con un
lenguaje que se aprende, como aprendimos a leer cuando éramos niños.
Sea como sea, entendamos más o
menos de música, se dedique uno a ella o simplemente sea oyente, ésta nos hace
vibrar, sentir y emocionarnos. Nos acompaña en la soledad y en la compañía. En los
momentos más felices de nuestra vida y en los más tristes. Cantamos o
tarareamos muchas veces por inercia. Nos detenemos ante un auditórium cuando
una orquesta está ofreciendo su programa de verano al aire libre. Disfrutamos
de un café o taberna cuando actúa algún solista o grupo musical. La banda
sonora de una película nos habla cuando los personajes no lo hacen. Siempre,
siempre, aunque no nos demos cuenta, estamos rodeados de música y es que creo
firmemente que el ser humano sería incapaz de vivir sin una canción, una sinfonía,
un tema operísticos, o cualquiera de los géneros musicales entre los que se
encuentra: El Rock, Blues, Pop, Soul, Ragtime, Jazz e incluso el Techno y el
House, y es que al igual que los seres humanos somos tan distintos los unos de
los otros, la música a través de la historia así ha evolucionado para complacer
cualquier oído, aunque no todos comulguemos con los mismos géneros.
Además, he creído siempre que si
a nuestro espacio le dotamos de esas notas que componen un tema determinado, la
magia ocuparía el lugar de la tristeza y la soledad. Por tanto. Feliz día de la
música los 365 días del año.
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