El 2 de mayo, se conoce como el
levantamiento de los madrileños contra los franceses en 1808.
Madrid fue ocupada por el general
Murat el 23 de marzo, tras la firma del Tratado de Fontainebleau el 27 de
octubre de 1807, la entrada en España de las tropas aliadas francesas camino
hacia Portugal y los sucesos del Motín de Aranjuez el 27 de marzo de 1808. Al día
siguiente se produce la entrada triunfal de Fernando VII y Carlos IV, su padre,
que abdicará a favor de su hijo. Los dos
serán obligados a acudir, para reunirse en Bayona, con Napoleón, produciéndose
las Abdicaciones de Bayona, dejando el trono de España en manos del hermano del
emperador: José Bonaparte.
El 2 de mayo de 1808, a primeras
horas de la mañana, una multitud de madrileños comenzaron a concentrarse ante
el Palacio Real, pues había llegado hasta sus oídos la intención de los soldados
franceses de sacar de palacio al infante Francisco de Paula, para llevarlo a
Francia con el resto de la Familia Real, por lo que al grito de José Blas
Molina “¡Que nos lo llevan!” parte del gentío asaltó el palacio, acto éste, que
aprovechó Murat para enviar un destacamento de la Guardia Imperial acompañados
de artillería, haciendo fuego contra la multitud. Pero entonces pueblo de
Madrid se embraveció, primero para impedir la salida del infante y segundo para
vengar a los muertos. Este levantamiento popular espontáneo se encontró ante la
improvisación, buscándose soluciones a las necesidades de la lucha callejera,
se crearon partidas de barrio comandadas por caudillos espontáneos, se buscó
aprovisionarse de armas, pues al principio contaban con tan solo navajas, pero
todo esto no fue suficiente, pues Murat pudo poner en práctica una táctica tan
sencilla como eficaz. Cuando los madrileños quisieron hacerse con las puertas
de la cerca de la ciudad para impedir la llegada de las fuerzas francesas, el
grueso de las tropas de Murat que ya habían penetrado, se dirigieron al centro.
Aun viéndose en desigualdad de condiciones, en todos los sentidos, un pueblo civil, sin armas y sin organización, contra soldados disciplinados, organizados y armados hasta los dientes, los madrileños no dejaron la lucha, convirtiéndose en una jornada sangrienta. Mamelucos y lanceros napoleónicos extremaron su crueldad con la población y varios cientos de madrileños, hombres y mujeres, así como soldados franceses, murieron en la refriega.
Aun viéndose en desigualdad de condiciones, en todos los sentidos, un pueblo civil, sin armas y sin organización, contra soldados disciplinados, organizados y armados hasta los dientes, los madrileños no dejaron la lucha, convirtiéndose en una jornada sangrienta. Mamelucos y lanceros napoleónicos extremaron su crueldad con la población y varios cientos de madrileños, hombres y mujeres, así como soldados franceses, murieron en la refriega.
Mientras todo esto sucedía, los
militares españoles permanecían, siguiendo órdenes del capitán general
Francisco Javier Negrete, acuartelados y pasivos. Sólo los artilleros del Parque
de Artillería en el Palacio de Monteleón, desobedecieron las órdenes y se
unieron a la insurrección, junto a otros jóvenes militares a las órdenes de Daoíz y Velarde.
Murat pensaba haber acabado con los ímpetus
revolucionarios de los españoles, pero no fue así, la sangre derramada no hizo
sino que inflamar los ánimos de los españoles y dar la señal de comienzo de la
lucha en toda España contra las tropas invasoras. Ese mismo día 2 de mayo por
la tarde, en la villa de Móstoles, ante las noticias llevadas por los fugitivos
de la represión en la capital, un destacado político, Juan Pérez Villamil, hizo
firmar a los alcaldes del pueblo un bando en el que se llamaba a todos los
españoles a empuñar las armas en contra del invasor.
Resumiendo, el dos de mayo no fue la
rebelión del Estado español contra los franceses, sino la de las clases
populares de Madrid contra el ocupante tolerado por gran cantidad de miembros
de la Administración. Hombres y mujeres que no se dejaron engañar, que no
tuvieron miedo y que no confiaban en sus invasores.
Por tanto, una vez más, es el pueblo, que unido, lucha por la libertad que no deseaban perder, pues los propios políticos
se habían dejado embaucar buscando intereses en ese paso de las tropas
francesas hacia Portugal.
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