CAPITULO II
EL 4
DE ENERO
Unos días antes, como tanta gente en invierno, pillé una gripe de
campeonato, hasta el límite que el día de Noche Vieja, y tras tomar las uvas en
casa de un amigo, donde nos reunimos varios para cenar y pasar la noche, me
tuve que retirar sobre las 2 de la mañana del agotamiento que sentía. Pasaría
los días siguiente en cama hasta llegar el día 4, que por narices tenía que
acudir al hospital para el Tac.
Recuerdo que me levanté muy pronto, sobre las 7 de la mañana,
desayuné y me tomé un ibuprofeno, porque el malestar que tenía, os lo aseguro,
era indescriptible, y os prometo que aguanto muy bien el dolor. Piernas,
lumbares, brazos… Resultaban a mi cuerpo ajenos, no me dejaban apenas moverme,
y dos o tres pasos, eran el equivalente a una carrera de 110 metros vallas.
Tomando valor salí de casa, os prometo que desde la puerta de mi
casa a la boca de metro, no habrá más de 400 metros, me detuve para descansar y
respirar unas 4 veces y cada una de ellas diciendo: “Me vuelvo a casa y pido cita
para otro día”, pero automáticamente respondía: “No, hay que ir, si ellos
trabajan un sábado para hacerme una prueba a mí, no seré yo quien no acuda” Y
lo conseguí, cuando entré y la enfermera me vio el careto lo primero que dijo: “¿Qué
te pasa chico?” Me gustó lo de chico, cuando ella era mucho más joven que yo. Le
comenté más o menos lo que pasaba y me dijo, cuando terminemos con el Tac, te
llevo a urgencia.
Mientras estaba en el Tac, en lo único que pensaba era en que
urgencia quedaba a la otra parte del hospital y que a no ser que me pusieran
una silla de ruedas, yo no llegaría vivo. Una vez más me confundí, los
hospitales son una caja de sorpresas. Me manda vestirme y me dice: “Vamos, te
acompaño a urgencias” y yo “Despacio, que no puedo ir muy deprisa” me mira, sonríe
y abre una puerta pulsando en un lateral, un pasillo de no más de dos metros y
aprieta otro pulsador y tras pasar me encuentro en urgencias. La miro, ella me
mira y me dice: “Los secretos de un hospital” No me cuestioné nada, simplemente se lo agradecí y me dispuse
a dejarme quitar los dolores. Y lo
hicieron, tras varias pequeñas pruebas, me pusieron una inyección que me
dejaron la nalga derecha dolorida por horas, pero oye, mano de santo, se fueron
los dolores.
Por fin ya en la calle, respiro profundamente y decido regresar lo más
rápido posible a casa, no fuera que los efectos de la inyección se pasaran
antes de estar de nuevo en la cama. Saco un cigarrillo y… Magia. Al darle la
primera calada, me sabe a demonios, lo mismo que la noche anterior cuando
intenté fumar el último de la noche. Miré el cigarrillo, lo tiré al suelo,
sonreí y me dije para mis adentros: “Creo que es el momento de dejar de fumar”.
Ni siquiera saqué el cigarrillo electrónico que un par de semanas antes había
comprado para ir bajando la dosis de los cigarros convencionales.
Pero el día no terminó con la vuelta a casa y el descanso merecido,
no, que va, pero como este post se alarga, lo dejo para mañana.
Hasta mañana a todos. Un fuerte abrazo.
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