martes, 5 de diciembre de 2017

LA VIDA Y NADA MÁS: CRÍTICA DE CINE


          La vida y nada más, del director y guionista, Antonio Méndez Esparza, es especialmente fiel al título y al drama que presenta.

          Regina (Regina Williams) es madre de dos hijos, afroamericana y soltera. Trabaja como camarera y en su lucha está en la de criar a sus hijos bajo una buena educación y en el respeto. Su hijo mayor, Andrew (Andrew Bleechington) es un adolescente, un joven introvertido, silencioso, que pasa de todos los consejos que le pueda ofrecer su madre, rodeado de un mundo de delincuencia y resentido por no saber quién es su padre, del cual solo descubriremos que está en la cárcel.

          En propias palabras del director, durante el Festival de San Sebastián: Tenía una especie de obsesión por la idea de la mujer soltera que mantiene una familia y eso me llevó a una trabajadora, con varios niños, y dificultades para llegar a final de mes, o sea, a una mujer afroamericana”

          Y ese es el gran drama que nos ofrece en la gran pantalla, con actores amateurs y diálogos que no estaban escritos de antemano, si no que iban surgiendo durante las conversaciones entre los propios protagonistas. Una obra sincera, directa, profunda, dramática y real, para narrarnos las desventuras de la desigualdad, de los conflictos entre madres e hijos, de la lucha por sobrevivir y salir adelante en un  mundo cruel, en el cual, si además se es afroamericano, todavía la complejidad es mayor.

         Una de esas historias de los Estados Unidos de América, de esa fracción de un continente del que muchas veces creemos saber y en realidad  conocemos tan sólo los retazos que nos quieren mostrar: Esa cara amable, la idea del eterno sueño americano, donde es posible lograrlo con esfuerzo, cuando en realidad ese sueño está destinado a unos pocos y entre esos pocos, rara vez a los afroamericanos y mucho menos a quienes viven en los suburbios, en esos barrios olvidados por todos, menos por la miseria y la marginalidad.

        
        Esparza, como lo han hecho otros directores concienciados con lo que ven en ese país “bendecido por Dios”, grita en silencio, narrando de forma firme y honesta un guion vivo, pues no se terminó de escribir hasta finalizado el filme. Se ha rodeado de Barbu Balasoiu, para crear una magnífica y envolvente fotografía. Cuenta con un montaje excepcional,  aunque por  instantes el metraje se me antoja lento. Con todo ello, relata la verdad de miles de ciudadanos estadounidenses, que digan lo que digan, no existe la igualdad y las mismas oportunidades y aunque resulte increíble, viviendo en pleno siglo XXI, continúan los brotes de racismo.   

          Sin duda de lo mejor del cine independiente que se está realizando en aquel país y que me ha traído recuerdos de la magnífica “Moonlight”  salvando, las notables diferencias.

          Muchos tal vez dirán que no es una película para todos los espectadores acostumbrados a sentarse en  una sala de cine y desconectar de sus propias vidas, pero lo que sí puedo afirmar, es que es una película necesaria, para abrir los ojos y no  creer que todo sea de color de rosa, como nos hacen pensar.  Abrir los ojos, concienciarnos y revelarnos, para que todas las injusticias vayan desapareciendo de este Planeta, que no olvidemos es de todos y no de unos pocos. Hay que seguir rompiendo cadenas, porque aún quedan más de las que pensamos y las peores, las invisibles, que son las que más duelen.

          Mi nota es: 7

          Para amantes del cine profundo, ante verdades que molestan.

          ESTRENO en ESPAÑA: 1 de Diciembre

          REPARTO: Andrew Bleechington, Regina Williams, Robert Williams, Ry´nesia Chambers.

          PRODUCTORA: Aquí y Allí Films

          DISTRIBUIDORA en ESPAÑA: Wanda Visión.

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