Anoche se celebró la tradicional noche de San Juan,
donde el fuego es el máximo protagonista y también el agua.
Como sucede con tantas fiestas religiosas, la Noche de San Juan es
de origen pagano y las celebraciones que se festejaban en distintos puntos del
planeta era la de encender hogueras con la única misión de dar mayor fuerza al
sol, que a partir de esos días iba haciéndose cada vez más débil, hasta llegar
el solsticio de inverno.
Además, la tradición dice que las personas que están
cerca de esas hogueras, percibiendo su calor, bailando a su alrededor y
saltando o caminando por encima de las brasas, quedaban purificadas para el
resto del año, al igual que en zonas donde hay ríos, playas, en definitiva
agua, este elemento cobra también una gran importancia, a modo de “bautismo”, limpiando las impurezas de
nuestro ser para salir reforzados y renovados.
Con relación al agua muchos son también los ritos, entre ellos:
Coger siete olas seguidas en el mar y al finalizar la séptima introducirte por
completo y cuando se sale, no mirar atrás (El cuerpo queda purificado y no se
tendrá enfermedades durante el resto del año)
Uno que se hace en muchas casas es que durante esa noche se deja
agua en una palangana, barreño etc., con unas hojas de laurel; al día siguiente
se bebe un vaso de esa agua en ayunas y con el resto te das el último aclarado
bajo la ducha, secándote sin eliminar esa agua con otra del grifo (Los
beneficios son iguales que el rito anteriormente mencionado)
Esta celebración se realiza en muchos puntos de Europa, aunque en
los países más arraigados son: España, Portugal, Noruega, Dinamarca, Suecia,
Finlandia, Estonia y Reino Unido. En América Latina se celebra en muchos
países.
Tal vez, por la magia que envuelve la zona, un lugar donde se reúnen
miles de personas cada año es en Stonehenge, cada año el organismo que gestiona
el famoso monumento milenario, El English Heritage, anuncia que se reúnen
alrededor del monumento más de treinta mil personas
al amanecer en la llanura de Salisbury, a unos 130 kilómetros al
suroeste de Londres, para recibir al día más largo del año en el hemisferio
norte.
Este misterioso monumento, donde se asegura se concentra una fuerte
energía, se construyó en tres fases entre los años 3000 aC y 1600 aC, Desconociéndose el verdadero motivo de su
construcción.
Sea como sea, esta fiesta de origen Celta se seguirá celebrando año
tras año, unos bajo unas creencias determinadas, otros buscando la purificación
del cuerpo y los más arraigados a las tradiciones, deseando al hermano Sol que nunca
nos abandone, aunque a partir de este día sus horas solares vayan decayendo.
Como sabéis muchos, para mí el Sol, es mi hermano en el cielo, al
que saludo cada mañana y me despido si puedo en cada atardecer. No me importa
reconocer que le hablo y le siento como parte muy importante de mí.
Cuando vivía en Cantabria, esta fiesta la celebraba junto a mis amigos en la playa. Al caer la tarde se prenden las fogatas por diversos puntos de la región y en aquellos lugares que cuenta con playa, se reúne gran cantidad de gente, siendo noche de celebración. La más popular, la más tradicional, se festeja en San Juan de la Canal, donde cientos de personas al llegar las doce de la noche nos sumergíamos en la frías aguas del cantábrico, mientras a nuestra derecha contemplábamos el fuego intenso de la fogata, en el cielo el estadillo de los fuegos artificiales, y a nuestra espalda escuchábamos los sones de la orquesta que amenizaba la fiesta. Cada uno ejecutaba el ritual a su manera. Mis amigos y yo, siempre lo hacíamos de la misma forma “En completa desnudez y ataviados con antorchas, nos acercábamos a la orilla del mar, allí clavábamos las antorchas en la arena. El fuego había sido tomado de la propia fogata. Una antorcha prendía el interior de un cuenco, normalmente de madera ligera, donde se había depositado algodón humedecido en alcohol. Con el cuento en las manos, formábamos un círculo en el interior del agua, lo íbamos pasando unos a otros, mientras uno a uno se sumergía por completo en el mar. Luego, tras coger las siete olas, dejábamos el cuenco encendido sobre el agua, para que se lo llevar mar adentro, como ofrenda a los elementos y salíamos del agua sin mirar atrás, recogíamos las antorchas y regresábamos al lugar donde teníamos la ropa” Decir que el cuenco al ser de madera y lo prendido ser algodón y alcohol, no contaminaba al mar. Algunos años se incorporaban de forma espontánea otras personas que al ver lo que estábamos haciendo, les interesaba participar en el ritual.