Así podría
describirse la sensación que uno tiene cuando deja definitivamente de fumar. Durante
años has ido perdiendo capacidad por los olores y sabores, entre otros. Te
vuelves a sentir más activo, vital, enérgico. Eres capaz de correr subiendo las
escaleras automáticas y una calle de lado a lado sin agotarte al llegar a la
otra parte. Caminas con más agilidad y durante más tiempo sin sentir el
cansancio. Percibes los beneficios que en el organismo estás provocando al
haber eliminado el gran veneno que es el tabaco, la nicótica y todas las
sustancias peligrosas que contiene. Desaparece la pastosidad de la boca, el mal
aliento e incluso el tono amarillento en los dedos y dientes. Eres consciente
de tu verdadero olor corporal, que el tabaco camuflaba. Y por fin dejas de
toser. Esa tos perruna ,como tantos la llamamos por ser tan constante.
Durante un
periodo prolongado sientes nauseas cuando fuman a tu lado, y rechazas por
completo el estar en lugares donde está contaminado por el humo. La sensación
es de repugnancia hacia ese olor nauseabundo que ha formado durante años, parte
de tu vida. Empiezas a percibir con mayor intensidad la nueva realidad y la
libertad en tu mente, pues ya no estás pendiente del puñetero cigarro que
consumías en tu boca, entre tus dedos o apoyado en un cenicero, y envenenaba tus pulmones.
Fui consciente
en esos primeros días de lo que padecen los no fumadores junto a los fumadores,
e incluso respeté la irritabilidad que tienen algunos ex fumadores cuando
prendes un cigarro a su lado. Yo lo dije siempre y lo estoy llevando a cabo: No sería un mal ex fumador, no criticaría
a los fumadores, aunque si estaba en mi mano les aconsejaría dejarlo, como había
logrado hacer yo, y como estoy haciendo a través de estas entradas. Casualidad, pero hoy exactamente hace 8 meses que lo dejé.
Se abrió ante mí
la cruda realidad del estado de mi habitación, paredes, cortinas cristales,
todo oliendo a nicotina. Decidí dar un giro total a la habitación y con la
ayuda de mi buen amigo Carlos lo logramos. Pintamos paredes y techo, me deshice
de las cortinas y fueron sustituidas por un estor, aproveché para eliminar
algunos muebles y la lámpara, y aquello que se quedó porque era útil, lo limpié
a base de amoniaco y agua caliente. Mi
amigo me miraba y se sonreía. De vez en cuando él o yo hablábamos del estado
lamentable que adquiere la estancia de un fumador. Había vivido rodeado de
aquella nicotina, además de la que llevaba a mis pulmones con cada calada. ¡QUE
INCONSCIENCIA! Cuanta ofuscación provoca un vicio como es éste. Nos merma la
vida, contamina nuestro entorno y no hacemos caso a quien nos aconseja, porque
el enganche es tal, que estamos atrapados en su red. Quien crea que no es una droga, está equivocado, es una droga de las grandes y además, de las que puede matar.
Desgraciadamente,
como sucede a tantos, aquel vicio, el maldito tabaco, había ya tocado una parte
de mi organismo. Cuando ya lo había dejado, recibí la mala noticia. Pero os lo
cuento la semana que viene.
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