Ayer entró la nueva estación, la que acorta las horas de
luz que podemos disfrutar durante el día. La que acerca las nubes cada vez más
densas y plomizas. La que lograr hacer llorar al cielo y humedecer nuestras
ciudades, pueblos…
Ayer entró la estación donde la paleta colores vivos del verano, dan paso a los ocres, a los grises y a esa
extraña escala cromática de pinceladas aisladas y sorprendentes en rojos,
amarillos o verdes, que visten el carácter inconfundible de los meses que llegarán.
Ayer entró la estación que a muchos, entre ellos a mí,
nos provoca la nostalgia de días de calor y alegría, creando una desazón que
permanece por unos días, en lo más profundo de nuestro ser. Como un letargo no
deseado, como un sueño del que se desea despertar.
Ayer entró la estación que provoca la caída de la hoja y
donde el tapiz verde y suave hasta entonces a nuestros pies, se convierte en
agreste a nuestro calzado.
Porque aunque todos somos conscientes de que la
naturaleza tiene su curso, tiene sus tiempos, tiene sus estaciones, El Otoño encoge
el alma y provoca que el cuerpo busque el refugio del calor de los hogares,
hasta tiempos mejores.
Ayer entró la nueva estación. Ayer entró El Otoño bien de
mañana y aunque ya le di la bienvenida, faltaban estas palabras en mi blog. Bienvenido
amigo Otoño, sé benévolo con los mortales que añoramos más horas de luz y
calor.
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