CAPITULO XII
La sala a la que normalmente te
trasladan tras la intervención, es la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) Y sí,
afirmo, confirmo y doy fe, que llevan a gala el nombre de la sala.
El cuidado ya no es perfecto, sino
exquisito. Lo primero que recuerdo, mientras despertaba, era el total silencio,
la casi ausencia de luz y gente alrededor de mí. Me preguntaron el nombre y
tras decírselo, comenzaron a hablarme entre susurros. Me comentaron que todo
había salido bien y que me encontraba en cuidados intensivos. Recuerdo que
pregunté si pasaría allí la noche y una voz femenina me respondió que sí, que
en realidad ya era tarde, que había sido una de las últimas intervenciones del día. Una
chica me ayudó a incorporarme. Sentí que me mareaba, y tras avisar, descargué
el vómito. Estaban preparados para ello, eso estaba claro. En esos instantes
escuché palabras relajantes, mientras pedía disculpas: “Tranquilo, tranquilo, estás soltando la anestesia”
“No te preocupes, tú sólo expulsa, nosotros nos encargamos del resto”… Tras
esos breves minutos, percibí el alivio
total. Ataron una venda elástica al final de la cama y me la acercaron a las manos: “Intenta
incorporarte tú sólo”, obedecí y con la ayuda de una mano en la espalda quedé
sentado, asistido siempre por los laterales para sujetarme. Me asearon, me
secaron, me cambiaron la ropa de toda la cama y me quedé de nuevo tumbado y
feliz.
Al cabo de unos minutos una chica se
acercó: “Javier, fuera hay unos familiares que llevan toda la tarde esperando. ¿Quieres
ver a alguno de ellos un par de minutos?” Sí. La sonreí. Sabía que familiares
directos no estaban, pues todos viven en Cantabria y les había dicho que no se
preocuparan, que estaría bien atendido por los grandes amigos con los que
cuento en Madrid. Y en efecto, durante aquella tarde muchos se habían acercado hasta el hospital.
Algunos por sus trabajos se tuvieron que ir, como mi compañero de piso, Cristóbal, que había pedido incluso unas horas a su jefe para estar el mayor tiempo posible cerca de la zona de operación. Ya pasaban de las 12 de
la noche, cuando por aquel pasillo, semi oscuro, vi caminar a Raúl. Llegó hasta mí, la
enfermera le dijo que tenía unos minutos y tras mirar a mi amigo, le pedí que me
diera la mano. Él me comentó que el cirujano les había hablado de la operación
y que estaba muy satisfecho. Que todo estaba bien. Hablamos algo más, que no recuerdo, y se fue.
Mientras le veía irse, sentía junto
a él la presencia de tantos y tantos amigos que a través de las redes sociales,
correos, Whasap, llamadas telefónicas que Raúl me había dicho estaba recibiendo
en mi móvil… Presentía la energía de esa buena gente, que buscaba que me
recuperase pronto. Y sé, al día de hoy, que todos esos grandes deseos de
personas a las considero mi familia particular, que son los amigos, hicieron
que aquel día estuviera cargado de energía y vida, y que a día de hoy, sigo
recibiendo sus mensajes, visitas a casa, etc. Gracias a todos por formar parte
de mi vida, así como a los familiares que se ha puesto en contacto, y me preguntan casi a diario, como estoy. Os quiero.
Para terminar sobre mis horas en la
UCI, decir simplemente que cuando a las 10 de la mañana del día 26 me llevaban
de la sala hacia la habitación, una sola palabra, repetitivamente, brotaba de mi garganta:
GRACIAS. Durante toda la noche la atención fue perfecta. Presentía como estaban
alrededor de mi persona, mirando monitores, observando las bolsas con los diversos
productos que entraban a través de la vía en la mano, a mi organismo, el aseo de la mañana,
la primera cura. Todo con la máxima delicadeza, la máxima precisión, la máxima
simpatía. Y donde desde el primero al último, te hacían sentir bien y arropado
por su trabajo y conocimientos.
Mi más sincero agradecimiento a todo
el personal de la UCI. En vuestro anonimato, pues nosotros no somos capaces de
recordar vuestros rostros, debido a los momentos que estamos viviendo, nos
entregáis lo mejor. Os llevo en mi corazón.
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