CAPÍTULO XIII
LA HABITACIÓN.
Salir por las puertas de la UCI, me provocó varias
sensaciones. La primera de frío, pues aun estando arropado por la sábana, por
aquellos pasillos hacía fresquito. La segunda la de escuchar sonidos y palabras,
que habían estado ausentes durante todo la noche en aquella sala y la tercera
la de volver a la realidad, pues en la UCI, aunque no lo os lo he contado,
entre los ratos que estuve despierto y por la atmósfera que se vivía allí
dentro, por supuesto, teniendo en cuenta también la anestesia y otros fármacos
que me mantenían libre de dolores y en un estado de bienestar total, podría
semejarse a la salida del vientre materno (Calentito, arropado, cuidado) a la
vida tal cual. Tardé unos segundos en reaccionar, pero claro, como todo animal
de costumbres, enseguida nos adaptamos a lo malo, también.
Comprobé, cuando la cama la instalaron en el ascensor,
que estaba en la tercera plata y mi lugar de destino sería la quinta. Llegamos
a ella y por aquel largo pasillo, donde el día anterior había estado viendo
caminar y pasear a pacientes y acompañantes de los mismos, empecé a ver sus
rostros. Rostros que me observaban y seguramente pensaban “Otro más operado” “Pues
no tiene mala cara” Última curva y dentro de la habitación. Estaba
completamente vacía. Colocaron mi cama al lado del ventanal y tras despedirse
el camillero, me quedé allí. Miré hacia el lado donde debería estar la otra
cama, y me extrañó que no hubiera nadie, pues el día anterior, sí bien sabía
que estaba ocupada, porque una señora entró, me saludó, sacó algo del armario y
se fue, aún la cama faltaba en su espacio. No me dio tiempo a pensar mucho, un
pequeño ejército de enfermeras entró. Me saludaron y comenzaron con todo el
ritual: tomarme la tensión, la temperatura, mirar los aparatos que tenía detrás
de mi cama por si alguno necesitara ser usado, comprobaron la percha de metal
donde reposaban las bosas de: Suero y otros productos. Comprobaron las sábanas
y tras ver que estaban cambiadas, se despidieron. Entró un enfermero y le
solicité agua, me sonrió y me dijo que sí, pero que a sorbos muy pequeños. Pasado
todo este tiempo, escuché el sonido de unas ruedas y una camilla se acercó a la
puerta introduciéndose en el interior. Corrieron la cortina que separaba ambas camas,
pues el ritual que habían llevado conmigo, seguramente lo ejecutarían con él. Luego
sabría su nombre: Marcelo.
Aquella habitación, como si se tratara de mi casa, donde
uno se siente más protegido, serviría aquel primer día para dormir, comer,
dormir, comer, dormir… Sé que en aquel primer día recibí visitas, pero
sinceramente, ahora no recuerdo quienes fueron. Al caer la noche y tras la cena, di
las buenas noches y me dormí.
No, no he omitido por dejadez hablar de mi compañero de
habitación, es que tanto él, como su familia, merecen un capítulo completo.
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