Uno de los
miedos a los que el fumador se enfrenta cuando tiene la idea de dejar de fumar,
es la aparición del síndrome de abstinencia. Éste aparece raudo y veloz a las
pocas horas después de interrumpir el consumo de nicotina. Lo que es lo mismo,
cuando en el periodo de 6 a 12 horas, no has cogido un nuevo cigarro entre los
dedos, alcanza su máximo entre el primer
y el tercer día, y tiene una duración media de 3 a 4 semanas. Por lo que el
fumador, tras saber todo esto, se lo piensa dos veces.
Son muchos los
factores que rodean al síndrome de abstinencia y aunque aquí los voy a enumerar,
quiero que seáis conscientes de que no todos los sufren, y que además sea como
sea, se vence la situación si uno tiene un poco de motivación.
Entre los síntomas
orgánicos más comunes en la abstinencia de un fumador adicto se encuentran: Dificultad
para conciliar el sueño, disminución del rendimiento psicomotor, dificultad
para concentrarse, somnolencia, dolores de cabeza… Y a esto tenemos que
añadirle malestar emocional en general, con estados depresivos leves,
desmotivación, irritabilidad, impaciencia, etc.
Estos síntomas
provocan que muchas personas tiren la toalla en el transcurso del proceso e
incluso antes de comenzarlo. Desde hace unos años las farmacéuticas tienen
decenas de productos para paliar ese síndrome, algunos han sido positivos en
muchas personas, en otras por el contrario no les ha hecho el menor efecto, y
es que el motivo principal a mi entender, está en nuestra mente.
En el primer
trimestre del 2005 decidí dejar de fumar, primero porque no estaba pasando por
un buen momento económico, (estaba desempleado) y luego porque ya empezaba a
notarme más cansado de lo normal, los resfriados eran más frecuentes y la
carraspera aparecía de vez en cuando. Me aconsejaron unas pastillas farmacéuticas.
Recuerdo de ellas tres cosas principalmente: Su alto precio, los efectos
secundarios que padecí, (algunos desagradables) y que había que seguir fumando
mientras se seguía el tratamiento de dos meses. Un tratamiento con receta médica, aunque lo pagases por completo. A finales del primer mes empecé
a sentir cierto asco cuando fumaba y antes de terminar el tratamiento, ya había
dejado de fumar. Pero algo no funcionó, tal vez yo. Si por una parte estaba
deseando dejar de fumar, por otra me estaba negando, porque el tabaco lo consideraba un
placer. En definitiva, no estaba del todo preparado y el punto álgido llegó cuando decidí irme a vivir a Madrid por
la oferta de trabajo que me habían hecho. Cada día que no fumaba me acordaba y
los iba sumando (llevo 5 días, llevo 6 días, llevo una semana…) Era una tortura
y además mi llegada a Madrid tuvo un punto estresante y no lo dudé, volví a
coger un cigarro entre las manos pasados 6 meses desde que lo había dejado. Por
una parte me sentí relajado, por otra parte reconocí que había cometido un
error, pero mi cerebro me ofreció una opción: “No era el momento, ahora tienes
que estar más concentrado en tu nuevo trabajo, fuma y ya llegará el instante de
dejarlo de verdad”
A estas alturas
de la historia diréis. ¿Para qué coño estoy leyendo esto, si él no pudo
conseguir dejar de fumar? No te impacientes compañero de viaje, en este libro,
todo tiene un motivo en la vida y el mío lo he pagado de forma muy seria, pero he
aprendido una gran lección de salud.
Lo que sí he
descubierto es que cuando uno de verdad quiere dejar de fumar, tiene que tener:
Una motivación (normalmente es nuestra salud, respirar mejor, no agotarnos tan rápidamente,
no toser cada mañana…) Distracción frente al hábito de coger el cigarrillo
entre las manos (Os hablaré más delante de ese objeto que a mí particularmente
me ha ayudado muchísimo y de su correcta utilización) Ser consciente de lo que
vamos ganando a medida que no fumamos… Pero iremos por partes.
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