Sí, ya estaba enganchado, en
realidad más que enganchado. El primer año vivido en Madrid resultó más
estresante de lo que esperaba, y eso que partía con la ventaja de que ya conocía
la ciudad y me encanta vivir en Madrid. Pero todo había comenzado de forma muy
diferente a la esperada, aunque afortunadamente conté con la gran ayuda de mi
mejor amiga y como la denomino cariñosamente, mi musa terrenal: Gemma, donde
viví en su casa, junto a ella y su hijo durante más de un año y medio. Una gran
experiencia.
En ese primer año el tabaco invadió
todo mi ser. Me sentía cabreado, molesto, estresado. Fumaba a todas horas. Cuando el trabajo me lo permitía tenía un
cigarro encendido entre los dedos. En casa, fuera de casa, al salir de los supermercados,
paseando, en todo momento el cigarro estaba entre mis dedos y por supuesto, la
mayor parte de ese tiempo era cuando escribía. En aquel 2005 me sumergí en el
gran sueño que llevaba pensando mucho tiempo, comenzar la trilogía que ya hoy
por hoy es una realidad en las librerías y seguramente muchos habéis escuchado
hablar de ella: La trilogía de Tras las puertas del corazón. Dedicaba unas
siete horas diarias a la escritura y la investigación para la obra, y en ese
tiempo mi habitación se iba inundando de humo que se mantenía flotando en el
ambiente, sin percatarme de ello. Sólo cuando Gemma venía a llamarme para algún
asunto, me lo advertía. Ya no podía ni quería prescindir del tabaco, me sentía
muy a gusto con él, aunque tosiera, me resfriara, carraspeara, mi mal aliento
lo tuviera que eliminar con más cepillados de dientes e incluso elixires.
En casa de Gemma nadie me
amonestaba por fumar, pues ella también lo hacía. No sería hasta cuando dejé
aquella casa y me vine a vivir al centro, cuando mi compañero actual de piso,
me comentaba constantemente que fumaba demasiado, y que en mi habitación vivía
en un mundo de humo. Pasaba de sus palabras. ¿Qué mejor que un cigarro entre
las manos cuando revisaba lo que había escrito, o estaba leyendo un libro o
viendo la televisión, o de nuevo escribiendo? Era mi compañero de fatigas, hasta que un día me di
cuenta que empezaba a estar más cansado y fatigado de lo normal y decidí no sólo
bajar la dosis, sino cambiar a tabaco de liar, una marca, que omitiré su
nombre, dicen que es tabaco puro sin otras sustancias.
Los cigarrillos que me liaba con
la máquina eran mucho más pequeños que los que venden en las cajetillas y empecé
además a pasar de dos cajetillas a una, y la alegría me la llevaba cuando
comprobaba que algunos días no rebasaba de los 20 cigarros. De nuevo en
mi mente algunos días se fraguaba la idea de volver a dejar de fumar. Todo a mi alrededor así parecía desearlo: mis amistades, mi compañero de piso, los bares en los cuales ya no se puede fumar y cortar una tertulia en su interior para salir a fumar me parecía muy poco educado, aunque algunas veces lo hiciera... Sí, en parte me estaba cansando del dichoso vicio que ya no me estimulaba como en tiempos pasados y que
además empezaba a ser consciente del daño que me provocaba. Lo dejaba caer en algunas conversaciones, pero nadie me creía, todos sabían de mi adicción al tabaco y que yo dejara de fumar, sería casi un milagro.
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